Jueves 28 Marzo 2024
El aula estaba llena de jóvenes y de menos jóvenes, el movimiento agendas rojas y “scorta civica” (comisión escolta cívica), magistrados, abogados, fuerzas del orden, periodistas y gente común. Un minuto de silencio y después un largo diálogo entre relatores y público, alternado por recuerdos, aplausos, firmes tomas de posición, lágrimas, denuncia de la situación actual, rabia... una vibrante sintonía de intenciones, una unión grande y al mismo tiempo rarísima en nombre de Paolo Borsellino.
Se ha tomado inspiración de su imagen como hombre, de su alegría y agudeza, de su generosidad y optimismo y de su imagen como magistrado de una profesionalidad sin igual y profundamente indipendiente, del sentido del Estado y de la integridad, para trazar la figura de un ser humano único y especial de quien la violencia y la arrogancia nos ha privado a todos nosotros.
Pero sobretodo de su coraje y de su coherencia como pautas a seguir esenciales para transformar el recuerdo en acción. Para hacer revivir continuamente a ese pequeño hombre que ha sabido dar una alma y un cuerpo a valores cada vez más relegados a la pura idealidad y por los cuales él sin embargo ha ido conscientemente a morir.
Es decir, coraje de ir al encuentro de su destino, pero también de hablar. De gritar, si es necesario, para denunciar los ataques al pool antimafia, al fraterno amigo Giovanni Falcone, episodios ejemplares que han quedado en la historia y que hoy son comodamente archivados para hacer creer –lo recuerdan tanto Di Matteo como Ingroia- que Borsellino fuese un magistrado leal y callado. Y sin embargo arriesgò incluso de incurrir en medidas disciplinarias del CSM (Consejo Superior de la Magistradura) cuando, rompiendo su natural reserva, supo alzar la voz para denunciar las maniobras en curso para anular el método de trabajo que había llevado al maxi-proceso.

Y coraje, aún, de individualizar a la connivencia con los “cuellos blancos”, como la verdadera fuerza de Cosa Nostra y de resumirla en esa simple frase que se ha hecho célebre, pero que al mismo tiempo se ha comprendido poco en su esencia: el nudo es político.

Con este ejemplo, aludiendo a su coraje, Nino Di Matteo ha querido denunciar las actuales tentativas de redimensionamiento de la función de la magistradura y los proyectos de ley direccionados a cortar de raiz ese hilo fundamental de conexión entre magistradura y policía judicial con el fin “en mala fe” de “crear nuevos espacios de impunidad”. Pero las críticas no están dirigidas solo al poder ejecutivo y legislativo. El fiscal no teme de apuntar el dedo también hacia esa magistradura que se ha hecho protagonista en estos días, una vez más, de escándalos que resaltan esa parte “que va demasiado del brazo con el poder”.
Cuando la palabra pasa a Rita y Salvatore la coherencia y el coraje caracterizan también el recuerdo íntimo, detalles de vida cotidiana, dolor atormentado que ambos, hermana y hermano, han sabido transformar en compromiso social transmitiendo a miles de personas, niños, jóvenes y ciudadanos italianos el ejemplo de Paolo.
También para Rita Borsellino no es solo el día del recuerdo. Es también la ocasión para reflexionar sobre este momento histórico que define incluso peor que el del 1992 cuando “al menos sabíamos quienes eran los amigos y los enemigos, en quien depositar confianza”. Se hace referencia a los recientes resultados investigativos que están demostrando que en el bienio de los atentados una parte del estado luchaba en una dirección y otra en sentido opuesto. Su deseo, a instancias de Di Matteo, es que la tenacidad de estos pocos jueces comprometidos en primera linea pueda llegar a la verdad, a esa verdad –afirma con firmeza Rita- que puede ser solo una.
Salvatore está visiblemente emocionado cuando le toca hablar. El aula magna es para él un lugar sagrado, por el respeto que la magistradura tendría que transmitir y recibir, como último baluarte de la democracia, despreciada sin embargo con repetidos insultos y ofendida por comportamientos que su hermano Paolo ciertamente hubiera condenado.
Dice que está muy preocupado por la incolumidad y por la independencia de esos magistrados que se están acercando a la verdad sobre los atentados de Via D’Amelio que fue –lo repite incesantemente- un atentado de Estado perpetrado como resultado de una negociación contra la cual -está convencido de esto- Paolo se habría entrometido con todas sus fuerzas. Sólo matándole y haciendo desaparecer su agenda roja se le podía detener.
Al final de cada intervención se alzan las agendas rojas, silenciosas y poderosas con su profundo significado simbólico, están ahí pidiendo que se diga la verdad y también este año ocuparán pacíficamente la Via D’Amelio para impedir que sea profanado también ese lugar sagrado.
Salvatore quiere explicar el porque. “¡No es verdad, como escriben algunos periódicos, que no queremos las instituciones, nosotros no queremos a las personas que están a cargo de ellas indignamente!”, precisa con firmeza en medio de un estrépito de aplausos.
“Cuando explotó la bomba, mi madre –cuenta conmovido- creyó que era un escape de gas. Entonces bajó las escaleras corriendo perdiendo las pantuflas y pisando con los piés descalzos los vidrios y salió a la calle donde un bombero la tomó en brazos y no tenía ni siquiera un arañazo. Los médicos dicen que cuando se sufre un trauma fuerte el cerebro nos protege y ella no sólo no se dio cuenta de que se trataba de un atentado en contra de su hijo, sino que además pasó por Via D’Amelio sin ver ni el cuerpo de Paolo por el suelo ni toda la sangre de sus chicos. Pero no es ésto lo que pasó. Yo se lo que pasó –ha seguido diciendo entre lágrimas-. Paolo la tomó en brazos por las escaleras y le tapó los ojos para que no viese nada y la acompañó a la calle”. Por este motivo Via D’Amelio es sagrada para mí.
No es fácil para el fiscal Antonio Ingroia retomar el hilo del discurso después de la pausa de profunda emoción que ha causado el relato de Salvatore.
También el magistrado tiene la voz quebrada, no le es fácil controlar los recuerdos que afloran, exterioriza a todos “esa ausencia que todavía quema dentro” de su maestro de profesión y de vida, ese vacío que no se logra colmar. Pero así como la vida sigue su curso y las promesas exigen ser mantenidas, Ingroia confía a los jóvenes absortos que se siente optimista porque después de casi veinte años finalmente se empiezan a ver fragmentos de luz. Está claro que el horizonte que iluminan se presenta estremecedor tal como “todos nosotros hemos tenido la sensación de como habían ido las cosas”. Pero hoy la concomitancia de las declaraciones de Gaspare Spatuzza y de Massimo Ciancimino y el informe aprobado recientemente por la presidencia de la Comisión antimafia demuestran que ha habido progresos.
“Hoy es tiempo de reconciliación con nosotros mismos y con nuestra conciencia. Con nuestra alma. Cada uno tiene dentro de sí mismo una especie de remordimiento –dice como si se estuviese confesando- por no haber hecho bastante para salvar la vida de Paolo Borsellino, quien en cambio se hizo escudo por todos nosotros. Esto nos debe empujar a reconciliarnos con nosotros mismos con el preciso objetivo de hacer más, de trabajar con una razón más. Tenemos una deuda de reconocimiento. La de buscar la verdad sobre nuestros orígenes. Nosotros somos hijos de aquel baño de sangre, herederos de todo lo que sucedió después. Y tenemos derecho a la verdad. Podríamos incluso construir una Italia mejor si de verdad todos tomasen como ejemplo, por lo menos un poco, a Paolo Borsellino.
Para terminar el magistrado ha hecho suyo el llamado que ha lanzado hace poco tiempo Agnese Borsellino. La esposa del juez ha pedido que hable cualquier persona que esté al corriente de los secretos de Via D’Amelio, que tenga un poco del coraje que tenía su marido.
No me parece que esta exhortación haya sido aceptada, ha subrayado Ingroia. “Pero hay tiempo todavía para demostrar de querer recoger la herencia de Paolo Borsellino. Bastaría retirar esa propuesta de ley que quiere limitar las investigaciones de la magistradura y que quiere poner la mordaza a la prensa y ahora también a los arrepentidos de mafia. Negar la protección a Spatuzza precisamente ahora que se están abriendo horizontes inquietantes, mientras que en cambio se la concede a colaboradores de menor calibre, quiere decir solo dos cosas. O que la medida es inicua y entonces hay que corregirla, o es inicua la ley que la establece y por lo tanto que se ponga en marcha el trámite para modificarla. Hay tiempo todavía, ha repetido, para dar un paso atrás”.
Y nosotros tenemos la obligación de dejarnos guiar por la “insaciable sed de la verdad” que tenía Paolo Borsellino y por la “Fe convencido de poder hacer que emerja.


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