El discurso estuvo centrado en la crisis y en los problemas económicos, una vez más fingiendo no saber que mucho del desorden financiero de Italia, es causado justamente por el chantaje mafioso y no solo al sur, con el problema del pizzo, todavía ampliamente difundido, sino en toda la nación, con la verdadera contaminación de la economía legal con la ilegal, que se ha vuelto inmensa gracias al deterioro y a la corrupción que están devorando el sentido de la honestidad y de la integridad de gran parte de los ciudadanos: quien ya sea por ventaja, quien por desesperación.
¡Otra que problema del Sur! Si no se combate el lavado de dinero y no se ataca al negocio económico mafioso, cada vez más entrelazado con el legal, no habrá nunca un rescate para nuestro Sur. ¡Después de cien años todavía se da vuelta alrededor del corazón del problema!
Palabras para la Iglesia, para exhortar a los valores morales. Una iglesia cada vez más involucrada en los escándalos, entre pedofilia y finanzas sospechosas, pero ni una palabra para los misioneros como Don Ciotti, o Padre Zanotelli, comprometidos en su cotidianeidad en el testimonio de los valores sin tanto hablar ni paramentos.
Una última cosa. Ni una referencia a nuestros jóvenes soldados muertos en éstos años en las guerras de Afganistán e Irak, en las cuales estamos involucrados y somos protagonistas, ni una mención a un pequeño detalle que tendría que involucrarnos profundamente a todos: estamos en guerra. Nadie tiene el coraje de pronunciar estas tres sencillísimas palabritas: Italia está en guerra. Y un Presidente de la República debería preocuparse de decir a sus ciudadanos al menos ésta verdad.
En todo caso, cualquier discurso de cualquier presidente será siempre vano, si al afrontar los nudos que impiden un verdadero  desarrollo del País no tiene en cuenta que todavía hoy no se ha echado  luz sobre los atentados del 92’ y 93’,  sobre aquellos mandantes externos que sobre la sangre de Falcone, Borsellino y tantos otros inocentes han edificado la así llamada Segunda República.
¡Buen año!

Giorgio Bongiovanni
1º de Enero 2010