Por lo tanto nos llega sólo un flujo filtrado de documentos. Y quien los filtra, por ahora, es la vieja fábrica de los medios de comunicación tradicionales. Si se tratara de un 11 de septiembre, estaríamos en la fase del trauma mediático inicial, ese que nos da el imprinting, el aprendizaje básico del nuevo mundo hacia el cual nos asomamos y de las nuevas creencias sobre las cuales tener fe. Una vez educadas las mentes con este shock, sus subsiguientes relecturas irán en contra de la corriente y por lo tanto serán desfavorables.
El primer imprinting está justamente en la idea del trauma, la idea de la hora cero del evento. El medio es el mensaje. Medio y mensaje son: vivir un trauma. Como si antes del filtrado de los secretos a través de Wikileaks no hubiese forma de interpretar la política, la diplomacia, los secretos, las normales tramas de los Estados. Como si la interpretación histórica – también ésta basada en archivos y documentos, pero en tiempos más largos y meditados – ahora tuviese que ceder el paso y allanarse ante el evento emotivo.
El segundo imprinting es sobre la importancia atribuida a los temas importantes para la diplomacia estadounidense.
Leemos los despachos de los embajadores, escritos en modo franco y brutal, pero no por ésto exentos de falsedad, errores potenciales, prejuicios, torpes banalidades, cierres. Es decir, vemos solo los fragmentos de una visión del mundo que sin embargo no es la única en el campo. Se sigue enfatizando y cristalizando por ejemplo el miedo a la inexistente bomba atómica iraní, mientras se continúan ignorando las bombas atómicas israelíes existentes. Wikileaks y los medios de comunicación tradicionales, combinados juntos, al final confirman los temas de la agenda dominante pero convulsionan los códigos de la diplomacia. Precisamente de los que hacen la guerra, especialmente en su variante de guerra psicológica.
El tercer imprinting es el desbarajuste en la web, tan fuerte como para despertar a aquellos que quisieran recabar del caos un nuevo orden en la Red. Hace dos años publicamos la alarma del jurista que mejor conoce la Red, Lawrence Lessig, quien predecía que «está por haber una especie de 11 de septiembre de internet», un evento que catalizará una radical modificación de las normas que regulan la Red. Lessig revelaba que el gobierno de los Estados Unidos, así como ya tenía listo el Patriot Act mucho antes del 11 de septiembre, tenía también listo «un ‘Patriot Act para la Red’ dentro de algún cajón, en espera de algún evento considerable que usar como pretexto para cambiar radicalmente la forma en la cual funciona internet». Lo mismo que George W. Bush, también Obama está haciendo de todo para tener, además del maletín nuclear, también los botones para apagar la web. Lo que está sucediendo podría impulsar a muchos gobiernos a querer confiar a alguien el nuevo maletín del poder. Por otro lado China traza el surco desde hace tiempo.
El cuarto imprinting es la idea de que los secretos estén todos registrados, bien custodiados lejos de las hojas membretadas de los organismos, y por lo tanto tarde o temprano inevitablemente revelados, sin que falte el número de protocolo y la firma. Gran parte del verdadero poder en cambio está fuera de la escena: no escribe sus órdenes, no tiene cadenas de mando completamente trazables, es silente, está en circuitos extra institucionales, se aprovecha de estratos de cobertura, de estructuras paralelas, de palancas largas. Se vale además de organismos y procedimientos legales, pero sin declarar las verdaderas finalidades. Es una ilusión muy ingenua creer que Wikileaks pueda destapar todos los estratos del poder, así como creer que los verdaderos poderosos puedan ser combatidos sólo con la ampliación de la transparencia liberal.

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Algunas consideraciones al margen, por el lado italiano sobre el caso Wikileaks. El Caimandril (caimán y mandril, referido a Berlusconi ndr.) ha intuido que para él también hay un golpe, y fuerte. Dicen que pegó una carcajada. Pero quizás no ha sido tan estruendosa. Él, dueño de un medio tradicional, la TV, que la ha llevado hasta las últimas consecuencias, desconfía de un medio, la web, que le es ajeno y que jamás podrá controlar. En el mundo hay otros caimanes y ahora también querría hacerlo saber por ahí, entre una  “wild party” y otra, cuando incita a sus comunicadores para denunciar un complot internacional en su contra. Los inventores del “acuerdo Boffo*” no podrán hacer nada en contra de un acuerdo Boffo al cubo. El Caimandril ha querido participar del gran juego mundial, no como líder que arrastra a una nación, sino como dueño que la divide, la agota y no se la lleva toda. Ahora en el gran juego aparece retratado en calzoncillos, lo ven por lo que es: no es el dueño de Italia, es sólo el dueño de un segmento propio de negocios. Otros dueños se preparan a descarnar al país dividido, sin que en la pista haya una clase dirigente capaz de instaurar un mínimo de soberanía nacional que pueda defender los intereses vitales de Italia.

Extracto de: megachip.info

* Dino Boffo, ex director del “Avvenire”, periódico oficioso de la Santa Sede que publicó el año pasado un duro editorial contra Berlusconi