Confiando en el hecho de que los familiares sabían una cosa con certeza: que si hubiesen osado replicarle él habría inventado aún otros episodios inoportunos y después les habría ridiculizado, valiéndose de su pasado cargo institucional y de la complaciente docilidad con la que la prensa acogía todas sus calumnias. Hizo así con Moro, con Berlinguer, con el general Dalla Chiesa*. Hizo así con otros. Por otra parte, había nacido todo un género periodístico auténtico, la entrevista a Cossiga, que consistía en ponerle delante un micrófono o un cuaderno y publicar sin respirar sus alusiones, sus mentiras, que eran  transformadas en revelaciones históricas, y que venían de su único e inagotable depositario. Me atendré por lo tanto a los hechos de los que todos pueden cerciorarse públicamente. Porque en esos tiempos yo estaba entre los parlamentarios que pidieron el “impeachment” (acusación), antes que nada. Porque ya el sistema político de entonces, que yo llamaba el régimen de la corrupción, lo quería cambiar de verdad. Pero para volverlo conforme a la Constitución y a un decente sentido de las instituciones. Por este motivo me escandalizaba viendo a un jefe de Estado que jugaba satisfecho a hacer el “picconatore” (el piquete), a la cabeza de una densa actividad de deseducación cívica. Cuando después Cossiga lideró la lucha contra los jueces, amenazando, él, que era presidente del CSM (Consejo Superior de la Magistratura) de hacerla ocupar militarmente por los carabinieros valiéndose de sus prerrogativas como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, pensé que se habían superado todos los límites. Que ese hombre expresaba una cultura golpista y que estaba en la posición institucional para traducirla en realidad política.


Las llaves de casa y los jueces niños
Porque he titulado la historia de Rosario Livatino “El juez niño”. Exactamente en polémica con él, que deslegitimaba a los jóvenes magistrados que en Sicilia desafiaban la mafia. A estos jueces niños no les confiaría ni siquiera las llaves de una casa de campo, había dicho. Y Livatino, muerto a los treinta y ocho años, había efectuado sus primeras valientísimas investigaciones cuando tenía 28 años. Yo había aprendido de los relatos de mi padre que cuando se tiene que ver con la mafia, él que está en un nivel superior protege al que está en su puesto, pasea con él en la plaza para que todos entiendan que no está solo, que tiene detrás al Estado. En cambio él, jefe de los fiscales, había humillado con desprecio precisamente a los jueces más expuestos durante los años de la matanza. Porque me abstuve, el único en la centroizquierda, de dar la confianza al primer gobierno D’Alema. No por extremismo de mi partido, sino poque de seguro no había entrado en el parlamento para formar un gobierno con Cossiga y con lo que él representaba en la vida del país y en mi vida personal. El texto de la intervención pronunciada en esa ocasión está en las actas. En ese momento me costó solicitudes de interrupción por parte de la izquierda y algún apretón de manos (entre ellos el de Gianfranco Fini), porque a menudo le he citado –pero no cuanto hubiese querido- en los libros, en los artículos o en las intervenciones que tenían como objeto la historia de mi padre.

Venenos alrededor de un sacrificio
Porque siempre he considerado bellaco ese modo de esparcer veneno alrededor de su sacrificio. Nunca comprendí si fuese la continuación del aislamiento que el sistema había infligido al prefecto
Dalla Chiesa después del anuncio de que iría a Sicilia para combatir contra la mafia de verdad. Pero recuerdo con certeza que Cossiga empezó a golpear la imagen en vista del maxiproceso presentándolo con naturalidad como inscrito en la logia P2. Los jueces que habían investigado en Castiglion Fibocchi, Gherardo Colombo y Giuliano Turone, me garantizaron que ellos no habían encontrado ese nombre en la lista. El insistió contra toda acta judicial y parlamentaria (he referido los detalles de la historia en el libro “In nome del popolo italiano” (En nombre del pueblo italiano), biografía póstuma de mi padre en 1997). Hasta que años después todavía contó su loca verdad: que para proteger a mi padre Colombo y Turone, jueces traidores, habían arrancado una hoja de la lista. Nunca dejó de contarlo. Así como, para quitar importancia a la tarea del magistrado Gian Carlo Caselli y de mi padre contra el terrorismo, sostuvo un día, poco después del anuncio de notificación para Andreotti en Palermo, que el verdadero mérito del arrepentimiento de Patrizio Peci fuese de un mariscal de las guardias carceleras de Cuneo. Ese sujeto fue lanzado inmediatamente públicamente en órbita periodística y televisiva para sembrar nuevas e increíbles calumnias sobre mi padre, algunas de las cuales han quedado depositadas en las actas judiciales (pero entre las que queda también, en Palermo, el texto de la contra-audición, solicitada por mí). Habría otras cosas que decir, desde el recuerdo de Giordana Masi asesinada en aquella famosa manifestación del ’77 llena de infiltrados armados, al choque que tuve con él en el Senado, desde los escaños del partido Margherita, sobre los hechos de la Diaz*, que él, pretendido garantista, avaló sin escrupulos. Igualmente e incluso más que con Giovanni Leone (sexto presidente de la República italiana), que de todas formas no tenía las mismas culpas, tendremos probablemente un meloso coro de elogios. Dado que el hombre ha encarnado a la perfección la cualidad media de nuestra política ésto es absolutamente natural. Claro está que no se llevará al más allá sólo los verdaderos secretos de esta República. Se llevará también los secretos que él se ha inventado, las tramas inexistentes que ha hecho entrever, los embustes hechos pasar por misterios. Que descanse en paz y que nadie le haga las malas pasadas que él hizo a las víctimas de la República.

Extraído de Il Fatto Quotidiano.


Notas:

* El General Carlo Alberto Dalla Chiesa, asesinado por la mafia en el 1982 y padre de Nando Dalla Chiesa, autor de este artículo.

* La policía asaltó la escuela Diaz donde los manifestantes se habían acampado para pasar la noche durante la reunión del G-8 de Génova.