No parecen tener esa intención los representantes de nuestras Instituciones, si apenas ayer, frente al repulsivo transcurso de la investigación sobre la “negociación” misma y sobre el papel del Quirinal*, el Presidente del Senado Renato Schifani tuvo el coraje de declarar que “atacar a Napolitano significa perjudicar a nuestro país”.

Declarándose honrado de haber podido colaborar con el Presidente de la República, un hombre caracterizado por “un gran sentido del Estado, una gran transparencia, rectitud y sabiduría”. “Valores” que “son un patrimonio del país”.

¿Cómo mantener la calma frente a tan miserables declaraciones por parte del Senador Renato Schifani, bajo investigación por concurso externo en asociación mafiosa? 
¿Cómo no ver la gran hipocresía que se esconde tras esa fachada respetable que recuerda mucho a los escribas y a los fariseos del bíblico sanedrín? 
¿Y cómo no preguntarse qué hay de cierto en esta vanagloriada transparencia del presidente Napolitano?  

Más allá de todo el respeto que tengo por la institución, el cual reafirmo en toda ocasión, no puedo obligarme a no ver la realidad cara a cara. Y preguntarme qué rectitud y rigor moral pueden haber en un hombre que reviste el primer cargo del Estado mientras exalta la figura de un prófugo como Bettino Craxi (ya fallecido), un criminal condenado definitivamente por el Tribunal de Casación. En un Presidente de la República que interfiere gravemente en el trabajo de la magistratura para satisfacer las solicitudes privadas de sujetos del nivel de Mancino, bajo investigación en una de las investigaciones más graves que nuestra historia recuerde.
 
Del otro lado de la barricada, padeciendo esas presiones, se encuentran los valientes herederos de Falcone y Borsellino que intentan con gran esfuerzo hacer luz sobre los atentados que en los primeros años de la década de los Noventas ensangrentaron nuestro país. Y que una institución sana, Napolitano en primer lugar considerando que es también Presidente del CSM (Consejo Superior de la Magistradura), debería apoyar por todos los medios: protegiéndolos y poniendo a su disposición hombres y medios.
 
En cambio no, una vez más. En nombre de una fantasmal razón de Estado que obliga a encubrir, estancar, despistar, dando paso a un peligroso clima de aislamiento institucional que amenaza con ser el preludio de nuevas tragedias.
 
“Mantener los equilibrios” es lo más importante, especialmente ahora que nuestro país tiene absoluta necesidad de una estabilidad, apoyada en la figura de Monti, “criatura” del mismo Napolitano. Y he aquí que el poder, incluido el de la prensa oficial, cierra sus filas alrededor del Quirinal y se plantean las mismas dinámicas ya experimentadas a mediados de los años Noventa cuando por “amor a la patria” se detuvo el trabajo de la fiscalía de Palermo capitaneado por  Giancarlo Caselli, que con la delicada investigación sobre los sistemas criminales estaba apuntando directo al corazón de las relaciones entre mafia, política, empresariado y poderes ocultos.
 
Una vez eliminado el obstáculo Italia volvió tranquilamente a encajar en los parámetros de Maastricht y posteriormente hizo su entrada triunfante en el Euro. ¿Pero a qué precio? Al precio de la verdad que hoy se ha decidido aplastar de nuevo con el peso de las decisiones políticas con tal de que nuestro país pueda permanecer dentro del Euro o con tal de que no tenga que correr el mismo destino de Grecia o de España.

¿Es justo? Yo digo que: ¡no y mil veces no! No estoy dispuesto a negociar una vez más la verdad con la ilusión de un crecimiento que jamás llegaremos a ver. Y de todos modos preferiría vivir en un país capaz de resucitar con honestidad y transparencia de cualquier crisis democrática o económica con tal de no seguir en este camino, intentando evitar decisiones extremas, pero teniendo encerrados en el armario a muchos, demasiados, esqueletos.
 
Los magistrados que hoy están trabajando para descubrir esas incómodas verdades son una veintena en total, una decena de los cuales son oficialmente los titulares de esas investigaciones, obstaculizadas por las instituciones, por su máximo representante, y desde el seno de la magistratura misma, en buena parte prisionera de las lógicas que siguen una misma corriente y más propensa a satisfacer intereses parciales que a la obtención de la verdad. 
Fuera de las aulas de la Justicia, de los Palacios, el pueblo, aplastado por una información en su mayoría enferma y sometida al poder, no tiene los elementos para hacer un análisis, víctima de la confusión general creada ex profeso para sofocar antes de sus primeros pasos a todo pensamiento crítico, a toda protesta masiva. 
Es el clima ideal para una nueva masacre.

Los magistrados señalados con el índice, insultados públicamente son una clara señal para Cosa Nostra, así como también para algunos ambientes en los cuales convergen los intereses de la política, de la alta finanza, de los servicios secretos desviados, de la masonería. Detener esas investigaciones que están llegando a la meta, es el juego que vale la pena y si llegaran a haber contragolpes, la que pagará el precio será solamente la mano de obra criminal que, como siempre, es la única a la cual le pasan la factura.
Ésto es lo que está ocurriendo hoy frente a nuestros ojos mientras que el Presidente Napolitano intenta confundir las cartas, protegiendo a los traidores del Estado. La pregunta es: ¿por qué lo hace? ¿Qué es lo que realmente quiere esconder? ¿Y cuál fue su posición en los años oscuros de los atentados cuando revestía el cargo de Presidente de la Cámara?
   
Tal vez, o mejor dicho sin tal vez, él no sabe nada o poco de esa negociación, pero lo mismo no vale para muchos de los personajes que tiene a su lado. D’Ambrosio, por ejemplo. ¿Acaso no tenemos derecho, los ciudadanos, a saber quién es realmente este señor que interfiere, por cuenta del Jefe del Estado sobre una de las investigaciones judiciales más graves de los últimos 50 años? ¿A qué corriente de poder pertenece? 
Es por ello que me uno a  Salvatore Borsellino y a la Presidente de la Comisión Europea Antimafia, Sonia Alfano, en la solicitud de impeachment a Napolitano, o mejor aún, de su dimisión. Para dar una señal fuerte al país, para tomar distancia de este sucio asunto de la “negociación”, para hacer sentir su apoyo a los magistrados que investigan sobre esos hechos y que corren el riesgo de convertirse en los protagonistas de una historia dramática que demasiado a menudo se repite.


* Palacio del Quirinal: residencia oficial del Presidente de la República italiana