Los padres que administran a sus hijas, que las introducen a la corte del dragón, que las instruyen, las acompañan a la vida nocturna. Los padres que piden una meticulosa cuenta y razón de sus performance, que se lamentan porque la nominación del “Berlusca” las ha excluido, que les piden a sus hijas que no hagan un mal papel, que pongan más empeño en la cama, que se hagan merecedoras de favores del viejo sultán.
Los padres algo proxenetas, algo apoderados que regentean la vida de esas chicas como si fuesen billetes de la lotería y se aferran al frenesí del jefe de gobierno como si fuera la palanca de una máquina tragamonedas…En resumen, estos padres existen, los hemos escuchado suspirar en espera del veredicto, hemos leído en las actas de las escuchas telefónicas sus pensamientos, los hemos oído hablar de enriquecimientos y de casas y de existencias que se han transformado, a cambio de una revolcadita de sus hijas con un hombre de 74 años: son ellos, más que el dragón, más que sus doncellas, los verdaderos derrotados de esta historia. Porque con ellos, con los padres, se termina el último eslabón de la normalidad italiana, con ellos todo asume definitivamente un precio, una conveniencia, una oportunidad.
Es por ésto que junto a los 10 millones de firmas en contra de Berlusconi habría que juntar otros 10 millones de firmas en contra de nosotros los italianos.
Esas noches en Arcore son el espejo del país. De chicas que han envejecido de golpe y de padres obtusos y contentos. Convencidos de que para sus hijas, gran hermano o gran burdel, lo importante (sea) (es) ser elegidas, ser olfateadas, ser compradas. Podéis decir: culpa del entorno, de la televisión, de la pobreza que pesa como una piedra, de la riqueza de pocos que ofende como un escupitajo y que da lugar a pensamientos impuros. Tonterías.
Bernardo Viola, tal vez no recordéis quien era. Os lo cuento yo. Era el padre de Franca Viola, la chica de 17 años de la ciudad de Alcamo, que a mediados de la década de los sesenta fue raptada por orden de su supuesto cortejador rechazado, que fuera mantenida prisionera durante una semana en un caserío de campo y violada por mucho tiempo. Era un preludio de bodas, en Italia y en el código penal de aquellos tiempos.
Si te gustaba una chica y tú no le gustabas a esa chica tenías dos caminos: o te resignabas o la  tomabas por la fuerza. La secuestrabas, la estuprabas, te casabas con ella. Según las leyes de la época, el matrimonio sanaba todo delito: era el amor lo que triunfaba, era el buen sentido de la familia y paciencia, si para llegar tenías que pasar por encima del cuerpo y de la dignidad de una mujer.
A Franca Viola le estaba reservado el mismo trato. Él, Filippo Melodia, un muchacho del pueblo, rico e hijo de gente de apellido importante, le había ofrecido a Franca  el coche descapotable como dote, la tierra y el respeto de los amigos. Todo lo que una chica del pueblo podía desear de un hombre y de un matrimonio en la Sicilia de los años sesenta. Y cuando Franca le dijo que no, él la fue a buscar, como se acostumbraba en aquella época.
Sólo que Franca le volvió a decir que no, se lo dijo cuando hizo que lo arresten a él y a sus amigos, se lo gritó el día de la sentencia, cuando Filippo escuchó su condena de doce años de cárcel.
La costumbre moral y sexual de Italia empezó a cambiar a partir de ese día, cambió incluso el código penal, fue eliminado el derecho a raptar y violar escudándose en un matrimonio reparador.
Fue gracias al valor de esta chica siciliana. Y por su padre: Bernardo, justamente. Un agricultor semi analfabeto, criado a pan y hambre labrando la tierra de los demás. Le cortaron los árboles, le mataron los animales, le quitaron el trabajo: “convence a tu hija a casarse”, le hicieron saber.
Y en cambio él la convenció de mantenerse firme, en denunciar, en pretender el respeto de la verdad. Tu le metes una mano y yo meto otras cien, dijo Bernardo a su hija Franca. Acto de amor, más que de coraje. Era pobre, Bernardo, más pobre que los padres de algunas frívolas de Arcore, quienes se informan si sus hijas han sido preseleccionadas para la cama del dragón. Pero tal vez era sólo otra Italia.

Extraído de: L'Unità