berta2017Por Jean Georges Almendras-3 de marzo de 2017

Las detonaciones de los proyectiles desgarrando la nocturnidad y el cuerpo de la activista e indígena lenca, Berta Cáceres, en la madrugada del 3 de marzo de 2016 (hace ya un año), hicieron añicos la tranquilidad de la casa en donde ella y otro ambientalista mexicano –Gustavo Castro, que resultó herido- se encontraban entregados al sueño, en una región de la hermana tierra hondureña. También hicieron añicos al emblemático eslabón que era Berta, dentro de una cadena (no menos emblemática y mediática) de una lucha legítima en defensa de la tierra lenca. Las balas asesinas, que fueron  disparadas por hombres asesinos armados, representando a un sistema no menos asesino, segaron la vida de una mujer  increíble y única. De una mujer increíble, única e íntegra, porque como lo hicieron todos aquellos que algún día decidieron (en la soledad propia de los héroes)  traspasar los umbrales de los pórticos de la hipocresía y del sometimiento,  pudo llevar adelante la lucha ambientalista y en pro de la supervivencia de su pueblo, actuando libremente, sin ataduras y sin condicionamientos, particularmente sostenida y fortalecida por su grado de conciencia, y una ética y un carisma envidiables y excepcionales. Berta Cáceres, que fue esencialmente una mujer muy valerosa  -como corresponde a  una mujer indígena,  conviviendo en un momento histórico (del tercer milenio), sobrado en complejidades, injusticias sociales y  avasallamientos, en el nombre del poder, lo que es decir, en el nombre del capitalismo-  no se dejó  amedrentar y tuvo el coraje de asumir (y afrontar) todos los riesgos que le cruzaron en el camino. Y uno de esos  riesgos era morir por la causa a la cual estaba abrazada ancestralmente. Un riesgo que finalmente (y muy lamentablemente) se materializó, significando para nosotros (y para sus hermanos indígenas) su ausencia física, pero no su ausencia ideológica, combativa o espiritual, si se quiere.  En definitiva, la muerte de Berta Cáceres –para disgusto de los asesinos materiales y de los asesinos intelectuales-  no fue otra cosa que el impulso más inesperado y más contundente  para consolidar una resistencia y una movilización indígena sin precedentes, en Honduras y en la región, y en el mundo.

Entre otros temas, fue la construcción de una represa hidroeléctrica en la comunidad de Río Blanco, la razón de la lucha lenca, liderados por Berta Cáceres, que incluso fue galardonada con el Premio Goldman, prácticamente un premio Nobel del medioambiente. Un premio que la inmortalizó. Un premio que la llevó a los escenarios mediáticos más inimaginables para su persona y para su lucha. Un premio que regocijó a su familia, a sus hermanos de lucha, a sus colaboradores y a todos aquellos que con ella sintieron como suya su causa, sus preocupaciones y sus logros. Pero también, fue un premio que irritó a sus enemigos. Esos enemigos que en las sombras planificaron el atentado, perversamente.

Berta Cáceres, fue una mujer que conoció de premios, de amenazas de muerte, de horas y horas de movilizaciones por pueblos, de caminatas y caminatas bajo sol y bajo lluvia, entre cerros, y bosques; fue una mujer, que conoció  de tropiezos y de decepciones, de encuentros con sus compañeros de lucha y de encuentros con sus opositores, de desencuentros, de amistades y de lealtades, pero también de traiciones. Hasta que un día, las mentes criminales de los poderosos de siempre, la arrebataron de entre nosotros.

¿Y nosotros que hicimos?  Nosotros, desde nuestras redacciones y desde nuestros escritorios, no pudimos hacer nada. Nosotros, que  muy poco pudimos conocer de cerca  los sacrificios de ésta activista lenca y de quienes la secundaron hasta nuestros días, estoicamente, no pudimos hacer nada para evitar su muerte.

 ¿Y nosotros que hicimos? Si por unos instantes nos hubiésemos puesto en la piel de Berta o de cualquier activista integrante de una comunidad indígena o campesina de Sudamérica, quizás pudiésemos haber hecho muchas más cosas, llegando inclusive a  frustrar el atentado. Y también, si hubiésemos difundido masivamente todas las instancias de su lucha y de sus reclamos; de sus padecimientos y de sus  penurias, y de las represiones policiales criminalizando sus reivindicaciones, hubiésemos creado conciencia entre la población   para desarticular las conspiraciones en su contra.  

 ¿Y hoy, nosotros que haremos? Ya como primera medida, junto con el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (que lideraba, precisamente Berta Cáceres) sería conveniente (casi una obligación)  apoyar enérgicamente las denuncias que pone al descubierto  graves incongruencias registradas en las etapas de investigación del crimen de la dirigente lenca. Sería conveniente, además, según lo mencionado en La Diaria, de Uruguay, divulgar las denuncias de voceros del Consejo:  “todavía las autoridades de Honduras pretenden justificar su ineficacia para atrapar a quienes mandaron, desde sus cómodos puestos, a asesinar a Berta Cáceres, llevando a Tribunales a cuatro jóvenes sicarios y tres intermediarios entre estos, y a quienes les pagaron. Este caso está siendo manipulado desde altas esferas y todo lo que rodea a la investigación apunta a la impunidad”. Pero hay más, porque desde las entrañas del Centro por la Justicia y Derecho Internacional se cuestionó duramente la falta de transparencia en el proceso judicial, en perjuicio del derecho de las  víctimas, a participar en esas instancias, criticándose además que “no está claro qué papel cumplieron en el crimen los sospechosos que fueron imputados, y que no se conocen los autores intelectuales del asesinato”. Pero además,  Amnistía Internacional denunció   “la vergonzosa ausencia de una investigación efectiva para hallar a quienes ordenaron el brutal homicidio de Cáceres” enfatizando que de esta forma se “envía un aterrador mensaje a los cientos de personas que se atreven a manifestarse contra los poderosos”

Los poderosos, no recordaran a Berta Cáceres. Mucho menos los verdugos que apretaron el gatillo de sus armas. Mucho menos los criminales que  ordenaron el atentado. Y mucho menos los que son indiferentes a  su lucha y a otras luchas.

Nosotros la recordaremos, pero tenemos que tener presente, casi con obligación ineludible, que solamente recordarla, es poco. Muy poco.

*Foto de Portada: www.washingtonhispanic.com