pequenioPor Saverio Lodato-Enero de 2018


Recordamos bien cuánto lloraron, metafóricamente hablando, los comentaristas, garantistas en cuestiones de la mafia, cuando se supo que un niño de 15 años, el pequeño Giuseppe Di Matteo, había sido estrangulado y luego disuelto en ácido. Recordamos bien el horror a control remoto, los anatemas y los desvíos verbales, las tergiversaciones deliberadas de la realidad, la indignación untada con ambas manos en las portadas de las noticias de la televisión y en las páginas de los periódicos.
La historia se prestaba, por su inaudita - e inédita - ferocidad. Incluso "la televisión del dolor", con sus simpáticos seguidores, se encontró desplazada. Un niño, estrangulado y disuelto en ácido. ¿Qué más o peor se podría imaginar?
Las principales líneas de las noticias, en aquel momento - estamos hablando de más de veinte años atrás - eran conocidas por la gran mayoría de los italianos: ese niño había pagado el hecho de que su padre, Santino Di Matteo, importante mafioso de Altoponte, había sido el primero en arrepentirse por haber participado en la masacre de Capaci, el 23 de mayo de 1992. Las investigaciones, que dieron lugar a su avalancha de palabras, permitieron abrir grandes huecos en los secretos y misterios que envolvieron, hasta entonces, la brutal eliminación de Giovanni Falcone, Francesca Morvillo, Antonio Montinaro, Rocco Dicillo y Vito Schifani.
El grupo militar que participó en la masacre intentó entonces desesperadamente obligar a Santino Di Matteo a dar marcha atrás, con una propuesta difícil de rechazar: el secuestro de su hijo. Por orden de Giovanni Brusca, gran arquitecto de la masacre, Giuseppe fue privado de su libertad durante casi dos años y escondido en media docena de granjas en el campo de tres provincias sicilianas. Y al final fue bárbaramente asesinado. Los procesos sucesivos terminaron con fuertes condenas para docenas y docenas de mafiosos involucrados en lo que podría ser la página más oscura de toda la historia de Cosa Nostra.
Pero la conclusión de la historia fue que Santino Di Matteo se mantuvo firme, rechazó el chantaje y confirmó todo.
Dio la casualidad de que incluso Brusca decidió arrepentirse, comenzando una colaboración que permitió revelar otras verdades preciosas sobre los veinte años de estragos que quería Totò Riina.
Ciertos garantistas, sin embargo, sabían que Brusca también era consciente de las indecibles relaciones entre la mafia y el Estado. Y vivieron aterrorizados de que decidiera revelarlos.
Por lo tanto, su campaña tenía el propósito de deslegitimarlo preventivamente para el caso de que se decidiera a elevar el tiro de su colaboración.
Que puntualmente sucedió.
De hecho, incluso Brusca, a su manera no se echó atrás. Y contó sobre: la existencia del "papel", esa lista que contenía las solicitudes de la mafia al Estado para bajar las armas; el trasfondo de la búsqueda fallida de los Carabineros de la guarida de Totò Riina; y el papel de Bernardo Provenzano en la captura de Riina.
Hoy, nuevamente, tenemos que Santino Di Matteo fue expulsado del programa de protección reservado a los colaboradores de la justicia con la excusa de haber regresado a Sicilia, en años lejanos, en busca de su hijo. Y Di Matteo, asistido por su abogada Monica Genovese, demandó al Estado italiano.
Uno hubiera esperado una indignada elevación de escudos por parte de los garantistas especializados en hechos de la mafia.
Uno hubiera esperado que gritaran por el escándalo frente a este ex mafioso, puesto de patitas en calle por el Estado, después de haber ayudado a revelar la verdad sobre la masacre de Capaci.
Pero no es así. De esto no se habla.
¿Y saben por qué? Porque Santino Di Matteo, al final, sigue siendo un colaborador de la justicia. Y para ciertos garantistas de la primera hora es más fácil vivir con la mafia que con los "arrepentidos".
En cuanto al Estado italiano, juzguen ustedes mismos.

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