Jueves 18 Abril 2024
agustin saizComenzó el juicio por crímenes de lesa humanidad que unifica las causas de los pozos de Banfield, Quilmes y el infierno de Lanús
Por Agustín Saiz-2 de noviembre de 2020

El infierno existe y está en la Tierra. Despojémonos por un momento de toda mirada preconcebida que pueda viciar el recorrido que vamos a emprender. Lo que sigue es el relato del secretario del Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, que presentó el 27/10/2020 en la mega causa conocida como “Los pozos” (Banfield y Quilmes) y “El infierno” (Lanús). Estos tres centros clandestinos de tortura y exterminio (CCDTyE) formaron parte central del dispositivo represivo en la provincia de Buenos Aires, conocido como el “Circuito Camps”. La imaginación humana, por más perversa que sea, jamás podrá igualar el resultado colectivo producido durante la última dictadura cívico -militar- eclesiástica en la Argentina (76/83). En ese periodo fue en donde los diferentes sectores de la sociedad, se articularon para implementar en su conjunto esta maquinaria para la desaparición y la aniquilación del individuo. Las justificaciones sobran, son en total 442 casos de víctimas que apuntan a 18 imputados por crímenes de lesa humanidad. La mayoría ya han recibido condena en juicios anteriores y muchos desde su prisión domiciliaria han podida escuchar, de manera virtual, la presentación de esta causa que los tiene como implicados.

Los pozos del infierno 2

Además del restablecimiento de la justicia para las víctimas y sus familiares, se intenta dejar con el fallo de este juicio, asentado un precedente histórico de lo que fue el accionar de la Policía Bonaerense durante la dictadura al mando de los genocidas Ramón Camps y Miguel Osvaldo Etchecolatz. La primera denuncia de familiares y sobrevivientes fue presentando en 1984, más tarde con la reapertura de los juicios, se consiguió en el año 2012 elevar esta causa a la instancia de juicio oral. Recién hoy después de tan largo recorrido está iniciando. Esta dilatada espera lamentablemente provocó que tanto como del lado de las víctimas y de los acusados, hoy no estén todos presentes.

A cada una de las víctimas y en particular a la memoria de Adriana Calvo Laborde y Nilda Eloy, dedicamos la crónica de este primer día de un juicio histórico.

El pozo de Banfield

Entremos a este edificio, se puede llegar encapuchado en la caja de un auto por el playón de estacionamiento. Es uno de los tantos centros clandestinos de represión que existieron en provincia de Bs. As (29 en total). Se llega hasta aquí por tener una posición política o un pensamiento ideológico diferente al de las masas, por la sospecha infundada de alguien o incluso por error. Lo importante es no haberle visto la cara a los captores. Estás muerto si por casualidad lo hiciste, mejor la capucha, el tabique, las manos atadas y que te lleven sin preguntar. Puedes ser un obrero que “causa problemas”, un estudiante con inteligencia crítica, un militante de alguna causa digna o simplemente alguien más perdido en el medio de la muchedumbre.

Cualquier excusa por la que ellos te destaquen les sirve. Lo importante más allá de todo el discurso ideológico justificador del genocidio, es que te sientas vivo y libre, porque justamente es eso lo que intentaran apagar, a fuerza del uso de la violencia indiscriminada. Para esto está montada esta maquinaria absurda de aniquilamiento del individuo y uno de sus puntos neurálgicos es el pozo de Banfield.

En la planta baja esta la oficina del jefe, la policía Bonaerense lo coordina bajo supervisión del ejército. Por un pasillo se ven arriba dos ventanas pequeñas, en una se observa parte de un monoblock y en la otra apenas una antena de radio. Si tienes suerte, es lo único posible de ver por debajo de la venda de tus ojos antes de llegar a la sala de torturas: “Me hicieron desnudarme, me pusieron en una camilla o cama donde me aplican picana eléctrica y eso se repetía todas las noches”; “me torturan allí por segunda vez y yo pensé que no lo iba a resistir más, me pusieron una bolsa de arena en la boca y debe ser que con los dientes la rompí y se me iba la arena a la boca, no podía respirar pensé que moría”. En el primer piso y segundo piso están los calabozos, también el casino del personal policial, oficinas, cocina y baños. La mayor parte del tiempo los detenidos están maniatados, con los ojos vendados o encapuchados. Como parte de la metodología impartida están obligados a escuchar los gritos del resto de los detenidos cuando son torturados. Vivian en condición de higiene deplorable y no se les informaba donde estaban, ni nada del exterior.

Pablo Díaz es un estudiante sobreviviente de la noche de los lápices: “La característica del pozo de Banfield es que no nos abrían las celdas, la primer semana no comíamos nada, nosotros nos jactábamos porque habíamos visto la película Papillon y hacíamos bromas que si veíamos un bicho lo comíamos, los que pudimos recuperar ropa estábamos en ropa interior, yo estaba en bóxer, que termino hecho harapos después de tres meses. Dormíamos en el piso y hacíamos nuestras propias necesidades en el piso, por una semana no nos abrieron las celdas por lo que el olor era muy profundo luego de una semana. Uno de los problemas de las chicas eran los periodos de menstruación por lo que los guardias se jactaban de que quienes estábamos en las celdas con ellas, nos saquemos la ropa interior y se la demos a ellas como trapo para sus propias necesidades. Una vez nos ofrecieron comida y preguntaron si queríamos más, algunos dijimos que sí, luego nos preguntaron de quien era un plato color verde, dos de nosotros respondíamos por error y dijimos que era nuestro, pero teníamos los ojos vendados y mirábamos por abajo y no veíamos bien… ese error nos valió una gran represión, salimos muy golpeados esa vez”.

Los pozos del infierno 3

La maternidad clandestina

Como intento de deshumanizar a la persona detenida, la idea de desaparición fue llevada al extremo a través de la descendencia de los detenidos. En Banfield opero una maternidad clandestina que tenía como propósito sustraer, ocultar y cambiar la identidad de los recién nacidos. Allí no solo daban a luz a las mujeres secuestradas en ese lugar, sino que también trasladaban a las mujeres desde otros centros. Se estima que en total durante el periodo de la dictadura fueron 500 las madres que estuvieron embarazas en cautiverio. Al menos 16 de ellas tuvieron hijos en el pozo de Banfield. Sufrían las mismas condiciones que el resto, permanecían tabicadas en condiciones lamentables de alimentación e higiene, eran torturadas física y psíquicamente y no recibían ningún trato especial por estar embarazadas. Quienes compartían la misma celda o calabozo con ellas eventualmente debían gritar y hacer ruidos para lograr que los guardias vinieran. Al momento del parto eran llevadas al primer piso donde daban a luz en condiciones aberrantes, desnudas, inyectadas, mientras eran insultadas y obligadas a limpiar su propia sangre de manera inmediata al terminar el nacimiento. Luego de todo ese horror, los niños eran separados de sus madres para ser entregados a familias vinculadas con la dictadura y ser inscriptos con otro nombre.

El testimonio de Adriana Calvo, es emblemático porque fue el que abrió el primer juicio a la junta genocida en 1985. Su caso también fue leído por en el tribunal de la Plata porque forma parte de este juicio. Doctora en física y docente, Adriana Calvo fue secuestrada en su casa de Tolosa y tras pasar por la Brigada de Investigaciones y el destacamento de Arana, fue alojada en la comisaría Quinta de La Plata: “…el 15 de abril comienzo los trabajos de parto tirada en el piso de la celda, habían pasado tres meses prácticamente sin comer por lo cual no esperaba que él bebe fuese gordo, en realidad no esperaba nada. Esta es la forma que yo pude (porque no elegí nada en realidad) de protegerme. Ya no esperaba nada, hacia como que no estaba embarazada, mi bebe no se movía hacia muchísimo tiempo y yo hacía de cuenta como que no sabía nada. No me enteraba. Hasta que empezó a nacer y me tuve que enterar. Estuve en la comisaría 5ta unas cuantas horas, las compañeras llamaban a los oficiales. Un policía grito que me lleven y me vinieron a buscar, me ataron el tabique muy fuerte, las manos muy fuertes y me metieron en un auto de policía, en un patrullero. Sé porque después el tabique se aflojo y se veía la luz, salimos de la comisaría 5ta a toda velocidad. Mi única esperanza, era que como estaba por parir, me llevaran a un hospital. De cualquier manera no hubo tiempo. Teresa nació en el auto. Teresa obviamente estaba unida a mí por el cordón umbilical. No me había sacado la placenta, no tenía tampoco la intención de hacerlo allí. Así que yo estaba con las manos atadas y no la podía agarrar. Teresa estaba en el asiento del auto. Iban muy rápido, agarraban pozos. En un momento se cayó entre los asientos y yo pedía por favor que me la alcanzaran. Que la pusieran sobre mi panza. No lo hicieron. Me entere de que mi loca esperanza de que fuéramos a un hospital, era infundada porque esta gente se perdió en el camino, estaban buscando el pozo de Banfield y no lo encontraban. Entonces no tuvieron mejor idea que frenar en una parada de colectivo y le preguntaron a un señor que estaba esperando. El señor se tuvo que acercar al coche para contestarle y me vio. Yo estaba en el asiento de atrás llena de sangre y había una criatura llorando. Y le preguntaron por la calle Larroque y allí supe que íbamos al pozo de Banfield. En primer lugar porque soy de Temperley y conozco la calle Larroque. Y en segundo lugar porque ya en el comisaría 5ta las compañeras que venían de las brigadas habían hablado del pozo de Banfield que estaba en la calle Larroque y lo habían definido como un lugar mucho peor que la comisaría 5ta. Ahí yo no tuve ninguna duda de que íbamos al pozo de Banfiled. Efectivamente el auto llego a un playón, me dejaron ahí tirada largo rato dentro del auto, hacia muchísimo frio y una de las personas que vi por debajo del tabique fue Jorge Antonio Berges. Metió medio cuerpo en el auto y cortó el cordón umbilical. Yo pedí que me dieran a mi hijo. Me desataron las manos y me la dieron. Pude subir con Teresa en brazos. Cuando entramos a una sala, alguien me saca el tabique de los ojos y escucho la voz de quien me la saca que dice “esto a vos ya no te hace falta” y la voz era de Berges. Así que yo en el interior le vi la cara perfectamente. Berges me saca la nena, esa era una sala que tenía una mesa alrededor de azulejos blancos y en el medio una camilla, así que evidentemente estaba preparada como un lugar para atender gente herida. Una camilla de hospital. Berges me saca la placenta, estaba también el oficial de guardia a quien reconozco, a partir de allí les veo las caras con lo que eso significa. Yo estaba segura que me mataban. Estaba el oficial de guardia y un montón de oficiales parados mirando como Berges me sacaba la placenta y me insultaban. Sobre todo Berges y el oficial de guardia. Realmente unos salvajes. No sé cómo definirlo porque me insultaban mientras me sacaban la placenta y mientras me hacían limpiar el piso, baldear, limpiar la camilla, con Teresa llorando en la mesada de azulejo todavía sucia. Ellos se interponían y continuaban insultándome y yo ya jugada, fue la primera vez que pensando que no había más nada que hacer, me doy el gusto de contestarle al menos a cada uno de sus insultos. Esa noche me hacen dormir en el primer piso, donde me hacen subir por una escalera roja de cerámica, o sea que ya no tenía ninguna duda de que estaba en Banfield. Estaba en el primer piso y me llevan a otro lugar muy oscuro con apenas unas ventanas. Duermo por primera vez en tres meses en una cama con sábanas y frazadas, con Teresa. Quedo profundamente dormida y no sé cuándo Teresa en un momento se ahogó porque yo la tenía muy pegada a mí y casi se muere en ese ahogo. Así que a partir de ahí no volví a dormir y me quede sola con Teresa. Cuando se hizo de día a la mañana siguiente, me subo con Teresa también al segundo piso del calabozo del pozo de Banfield".

Los pozos del infierno 4

Pozo de Quilmes

“Dios mío ayúdame”, quedó grabado en la pared de uno de los calabozos del pozo de Quilmes. Entre 1975 y 1979 pasaron aproximadamente 278 detenidos (80 desparecidos, 108 liberados, 16 con destino incierto, 74 no identificados). Al menos hubo 7 detenidas embarazas, de las cuales se sabe que dos de ellas perdieron su embarazo por torturas y malos tratos.

En 1976 existió un blanqueo administrativo, a través de un traslado masivo de operarios de la policía a Lanús, para ocultar que seguían prestando servicio en Quilmes. De este modo se sabe que estuvieron trabajando más de 100 personas de la policía como guardias, custodia, bajo supervisión y control del ejército el que tenía la máxima autoridad. Según relatos de los sobrevivientes “Convivían hasta cuatro o cinco personas en calabozos -a veces inundados- de 2 m cuadrados, dormían en el piso y sin abrigo de ningún tipo (aún durante el invierno), casi no se alimentaban y debían hacer sus necesidades en las propias celdas”.

La higiene de los detenidos era nula, fueron raras las veces, que en las etapas más permisivas, los detenidos eran llevados al baño una vez por día y en algunas ocasiones las mujeres eran obligadas a hacer sus necesidades delante los insultos y acosos de los carceleros. Pero la mayoría de ellos pasaron meses sin poder ducharse ni una sola vez: “El tarro de lavandina, era nuestra taza de noche y a veces se juntaba las tazas de dos o tres o cuatro noches hasta que podíamos llevarla al baño a depositar nuestro excremento y orina” (Alberto Maly). Los detenidos eran obligados a comer con los ojos vendados, las manos atadas y sin utensilios de ningún tipo. Luis Horacio Fernández, relató que durante su cautiverio “cada cuatro o cinco días me daban agua y comía”. Pero otros detenidos declararon que en realidad “la cantidad de comida dependía de la cantidad de detenidos”. Según el testimonio de Gustavo Calotti “la comida era una forma… un sistema de tortura, nos traían tachos de comida que muchas veces lo dejaban a la vista, no lo entregaban y a veces nos lo daban cuando ya estaba en mal estado por lo que solíamos tener muy seguido intoxicaciones muy fuertes, a tal punto que una forma de autodefensa era esconder el pan para alimentarse a pan y no comer las comidas que nos traían”. (*1)

La aplicación de tormentos físicos era constante: en general, a los detenidos se los sometía a sesiones de tortura, luego se los dejaba “recuperarse” durante cuatro o cinco días, después eran llevados nuevamente a la tortura, y así sucesivamente. La tortura no sólo fue instrumentada como método de obtención de información, sino que además fue perpetrada como un divertimento. A menudo se obligaba a los prisioneros a presenciar las sesiones de tortura a las que eran sometidos sus familiares y amigos. “Nos bajaron de ahí, nos separaron, a mí me llevaron a un lugar que había que subir las escaleras, abrieron un calabozo (…) a Luis Alberto lo llevaron a otro lugar, durante tres horas yo escuché los gritos de su tortura” (28) Rebeca Krasner sobre su pareja Luis Alberto Santilli.

La sala de torturas, que algunos sobrevivientes llamaron el “quirófano”, estaba ubicada en la Planta Baja y se accedía directamente desde el garaje de entrada. Muchos detenidos bajaban de los autos y pasaban directamente a interrogatorios que se extendían, a veces, por varias horas. “Me sacaban toda la ropa, un colchón mojado, pies y manos estaqueado… perdóneme señor, así estaqueado en la cama, y mandaban ellos, lo primero usted lo sentía, después a lo último eran golpes nada más, no lo sentíamos nada… Yo calculo que me tenían ahí arriba de dos horas, Señor. Me dieron cuatro veces picana, cuatro veces, pero no 10 minutos, yo calculo que arriba de dos horas” (Luis Horacio Fernández), “me empezaron a preguntar, como les pareció que yo no les decía nada, con un almohadón me taparon la cara y me dijeron que cuando, quería hablar, que hiciera así con la mano y me sacaban el almohadón y bueno y yo cuando no di más hice así pero yo no tenía mucho para decir, entonces me siguieron torturando”.

Respecto a los delitos sexuales, las violaciones por parte de los represores fueron usuales, una de las sobrevivientes Nora Úngaro contó que las prisioneras sufrían constantemente este tipo de vejámenes: “Había una especial cuestión con el tema de las mujeres, nos tenían que manosear, nos tenían que violar, eso con todas las presas”.

Los pozos del infierno 5

El Infierno de Lanús

“Esto es el infierno y de acá no se sale”, le decían sus torturadores a Nilda Eloy. En Lanús operaba la Brigada de investigaciones de la policía Bs As. Al estar equidistante de otros centros clandestinos de detención, se utilizó como lugar de permanencia temporaria. Por lo que muchas de las víctimas del pozo de Quilmes también pasaron por ahí y de allí la necesidad de unificación de las causas.

Este infierno está en pleno centro de Lanús, cerca de la estación de bomberos, el ferrocarril y de la cancha de Racing, que es uno de los clubes de futbol con más aficionados en la Argentina. Los detenidos ingresaban por un garaje y siguiendo por un pasillo ancho a la derecha llegaban directo a la sala de tortura. Detrás había un patio cerrado en el techo por barrotes y más adelante un pabellón con 7 celdas y calabozos. Del otro lado del patio también estaba otro pabellón más con 5 celdas individuales y una grande con 8 camastros y letrinas.

Las torturas fueron sistemáticamente implementadas en el marco de un proceso de deshumanización. El mismo tuvo como finalidad principal quebrar la capacidad de resistencia de los detenidos, afín de negarles la existencia como grupo e individuos. Las personas privadas de su libertad perdían su nombre el cual era reemplazado por un número o código. Durante el cautiverio permanecían atadas bajo condiciones de higiene deplorables, se los mantenía con los ojos tapados por vendas o capuchas en la cabeza. Fueron expuestos al hacinamiento en lugares insalubres, a adoptar posiciones incomodas, a la desnudez, a la incomunicación absoluta con el mundo exterior y sometido a maltratos de los más despiadados a través de los diferentes métodos de tortura física y psicológica: “…en mi caso estuve desnudo y me pusieron un alambre en uno de los dedos cuando me picaneaban, no recuerdo si volví a la celda desnudo o en calzoncillos porque estaba desvanecido, mi hermano volvió en calzoncillo” (Oscar Ernesto Solís); “…me llevan a una habitación donde había un elástico de cama, me desnudan, me acuestan y me atan ahí, me comienzan a golpear y a torturarme con picana eléctrica, me interrogan sobre gente de Lujan, habían ido a una casa a buscar a alguien y nos encontraron a nosotros, no se precisar cuánto tiempo fue que me ponían una bolsa tapándome la cara hasta que se cortaba la respiración, luego más golpes y después me volvían a llevar a la celda” (Gustavo Fernández); “…Chiche llego a mediados de nov 1976 murió estando en la celda numero 3 junto a otro muchacho, que desesperado llamaba al guardia que no lo atendieron, pero dejaron el cadáver en la celda dos días para aterrorizar al resto de los detenidos” (Nilda Eloy).

Nilda Eloy fue otra de las heroínas, emblema de la resistencia contra la dictadura y una de las referentes más queridas en la militancia de los derechos humanos. Su testimonio del año 1999 forma parte esencial de esta causa por lo que también fue leído por el secretario del tribunal: “Cuando fue confinada en solitario comenzaron a utilizarla como mujer en todo sentido y por ello la puerta de su calabozo permanecía siempre abierta. Esto implicó múltiples violaciones habituales por los cabos de guardia y de los integrantes de la patota con todo tipo de abusos, como masturbaciones sobre su cuerpo. El agresor que no siempre era el mismo, se sentaba sobre su cuerpo sin desatarle ni siquiera los pies, y se masturbaba sobre ella. Después de pasar dos meses en el infierno pesaba 29 kilos”. Además en su relato figura que “en una oportunidad fue utilizada para experimentar un dispositivo de tortura que se introducía en la vagina y causaba quemaduras, en el endometrio, con fin de que no nazcan más hijos de putas”. En total estuvo secuestrada desde el 1ro de octubre de 1976 en Lanús y fue pasando por otros 6 centros clandestinos de tortura y exterminio. Hasta que el 22 agosto de 1977 “me trasladaron a una cárcel y me pusieron a disposición de la junta militar, estuve casi dos años más detenida sin causa”.

Nunca más es nunca más

Con una generación de genocidas, donde la gran mayoría por edad muere quedando impune, se nos presenta por medio de estos juicios la responsabilidad de poder mirarnos de frente en la historia. Lo más difícil no es desentrañar las supuestas complejidades que lamentablemente hoy continúan usándose para relativizar un genocidio. Lo más difícil es reconocer lo que toda la sociedad en su conjunto fue capaz de hacer más allá de sus responsables directos. Escuchar las voces de los testimonios y sostener el dilatado sufrimiento en nuestras conciencias, es un ejercicio necesario. Las mismas permanecen en el subconsciente colectivo, hoy saturado de inmediateces y banalidades. Pero continúan allí sin poder resolverse y alrededor de ellas volveremos a reconfigurarse una y otra vez, en nuevos escenarios hasta que nuestros fantasmas puedan purgarse. Tal vez el hambre, la desigualdad, la indiferencia y la obsecuencia al poder hayan ido quedando estructuradas desde entonces, como un karma que va fosilizándonos como pueblo, sin encontrar una salida. Los sobrevivientes de esta gran maquinaria del infierno que hemos creado, son todavía nuestros faros en la oscuridad.

Y los juicios por memoria, justicia y verdad, nuestra única salida verdadera.

Son 30.000!

Nunca más es nunca más!

Adriana Calvo Laborde !Presente¡

Nilda Eloy ¡Presente!

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(*1) https://maternidadesclandestinas.wordpress.com/pozo-de-quilmes/funcionamiento/

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*Foto de Portada: https://maternidadesclandestinas.wordpress.com/pozo-de-banfield/galeria-de-imagenes/ Pozo de Banfield.

*Foto 2: Algunos de los acusados que presenciaron el inicio el juicio de manera virtual: Jorge Di Pasquale, Miguel Osvaldo Ethecolatz, , Juan Miguel Wolk, Jaime Smart, Guillermo Domínguez, Federico Minicucci, Carlos Fontana, Emilio Herrero Anzorena, Carlos Romero Pavon, Eduardo De Lío (Imágenes de la transmisión online de “La retaguardia”).

*Foto 3: www.hechosenquilmen.com / Imágenes del pozo e Quilmes y el reconocimiento de los sobrevivientes.

*Foto 4: www.redlatinasinfronteras.wordpress.com /Adriana Calvo Laborde, su hija Teresa nacida en cautiverio y el medico Berges tambien conocido “el angel de la muerte” escuchando la transmisión del juicio.

*Foto 5: www.hechosenquilmes.com / Más imágenes del pozo e Quilmes y el reconocimiento de los sobrevivientes.

*Foto 6: www.lanacion.com / Nilda Eloy, abajo Ferreyra el ex policía del infierno de Lanús, imputado en la causa escuchando el inicio del juicio en su contra.