Tiros, corridas, gases lacrimógenos y el pedido desesperado de agua es lo que se podía escuchar detrás del teléfono durante la represión. Irrumpieron durante la ilegalidad de la noche, cuando las personas se encuentran en un estado mayor de vulnerabilidad. No los frenó que hubiera en el lugar niños y ancianos o que las autoridades provinciales confirmaran la transmisión comunitaria de COVID-19 en la capital Salteña.

“Los cartuchos de las balas están por todos lados”, afirmaron numerosos testigos.

La brutal represión duro 40 minutos. Las detonaciones se oyeron de manera ininterrumpida. Los vecinos sostuvieron que “no hubo una advertencia previa y no contaban con orden judicial”, y que las familias se encontraban en un proceso de mediación a cargo del fiscal Horacio Córdoba Mazuranic.

La referente de la asociación Eclosión, Cintia Gabris, aseguro que al acercarse al lugar vio muchos niños y niñas llorando y corriendo, huyendo de las balas de goma. “Era un desparramo de niños y adolescentes”. Muchas niñas se perdieron durante la represión y las mujeres se encargaron de ir juntándolas en un almacén de una esquina.

Varias organizaciones repudiaron la brutal represión policial hacia los trabajadores, responsabilizaron al gobierno y apuntaron contra el cuestionado ministro de seguridad, el militar retirado Pulleiro.

“No hay respuestas, nadie dice nada hasta el momento, había un compromiso de no reprimir con 1800 personas ahí”, dijeron los defensores de derechos humanos. Por otro lado, siguiendo la línea de las represiones policiales, en la mañana del mismo día, en pleno casco histórico de la ciudad, la policía desalojo violentamente a mineros que se habían encadenado a la catedral de Salta reclamando por sus puestos de trabajo, siendo entregados a las fuerzas de seguridad por Monseñor Mario Cargnello.

La impunidad de estos actos radica en que gran parte de la sociedad salteña impulsada por un odio racista, xenófobo y clasista, avalan estos episodios de violencia que atentan contra la democracia.

Los mismos que levantan el dedo acusador, horrorizados por la “ocupación del territorio”, se olvidan que las propiedades de quienes habitamos esta provincia fueron construidas a partir de una expropiación histórica del territorio a costa de sangre de los pueblos originarios, expropiación que los condeno a ser extranjeros en sus propias tierras.

En tiempos de pandemia, de déficit habitacional en la provincia, no puede ser jamás la salida el uso de la violencia estatal contra quienes ya son las y los desplazados del sistema. Basta de pagar las consecuencias de las malas decisiones políticas con balas a nuestro pueblo.

Por las calles y las plazas de Salta, se oyen rezos y oraciones: “Que Dios, el Señor y la Virgen del milagro bendigan al Gobernador Gustavo Saenz y al señor ministro de seguridad Juan Manuel Pulleiro”.

Rezos y oraciones, en medio de las balas y las violencias estatales.

Una ironía. Una inconfundible ironía. Bien propia de Salta.

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*Foto de portada: www.lagacetasalta.com.ar