Domingo 5 Mayo 2024
agustin saizCausa: Pozos del infiernoSobreviviente de la dictadura en Argentina

Por Agustín Saiz, desde Argentina- 5 de noviembre 2020

Los sobrevivientes de la dictadura argentina son héroes universales. No pretendo exaltar el camino tan humano que han realizado, ni rebajarlo comparándolo como el de cualquiera de nosotros. Me paro en el medio, en el punto de equilibrio entre lo que es divino porque es humano y lo que es humano porque es divino. Para entender esto pongo en contraposición como ejemplo a los héroes de los antiguos mitos de otras culturas, que son apenas fantasías un poco más o menos tontas, relatadas dentro de una trama psicológica en la cual podemos identificar algunas claves arquetípicas de nuestra propia naturaleza. Apenas eso. Quienes fueron víctimas de la dictadura cívico -militar- eclesiástica genocida, en cambio, la historia les tuvo designado un rol desde siempre, como mecanismo para salvaguardarse a sí mismas. Y por ello han descendido al infierno y luego emergido para dar su testimonio y el del resto de los compañeros cuyo martirio fue completo. Cada uno de ellos ha convertido su ser en una especie de cámara viviente que puede descender en los laberintos del olvido, para registrar todo el horror posible que como humanidad somos capaces. Gracias a ello podemos vernos en un espejo como el resultado colectivo de lo que somos. Y de este modo intentar convertirnos para asumir el compromiso y luchar para forjar una sociedad digna. Mientras no lo hagamos, esas fuerzas subterráneas operarán sobre la matriz de nuestras vidas como sombras que ponen techo a nuestro potencial social humano. Y eventualmente saldrán a la superficie configurándose en esa especie de brote psicótico colectivo que son los genocidios.

La memoria no está solo en la mente, así como el recuerdo tampoco está bajo el estricto control del individuo. Hay una fuerza colectiva que traspasa esas experiencias para reconstruir la historia a través de la búsqueda de la verdad. Nuestros héroes son héroes, no porque buscamos impotentes de manera fanática una figura de referencia, sino porque se predispusieron sin ninguna otra necesidad a volver a revivir ese tormento delante a nosotros, por nosotros. Y aunque ese esfuerzo no haya sido correspondido por completo, ni la sociedad haya podido dar el giro de 180° que necesita revertir, el cometido está cumplido. Solo cuando el olvido haya sido removido por completo y ese espacio en negro se llene de luz con la llama de la memoria, justicia y verdad, el mundo finalmente se abrirá paso al sueño por el cual entregaron sus propias vidas.

El 17 de noviembre pasado, en el marco del juicio por crímenes de lesa humanidad denominado “Pozos de Quilmes, Banfield y Lanús”, se incorporó el testimonio de Nilda Eloy, grabado durante el 2006 en el juicio contra Miguel Etchecolatz. Su relato junto al de muchos otros, es fundamental para comprender en profundidad esa parte de la historia que todavía permanece, ilusoriamente, en el pasado.

Nilda Eloy 2

Mientras tanto no seamos capaces de recordar, seguiremos viviendo bajo la penumbra, en el margen que deja ese mismo odio que al día de hoy todavía nos acorrala en todos los aspectos de nuestro sistema de vida. Y ante la presencia de Nilda Eloy, nuevamente en el marco de un tribunal de justicia, nosotros elegimos no quedar indiferentes como la gran mayoría. Ni tampoco se nos ocurre cuestionar el valor de sus declaraciones porque fueron registradas en el pasado. Al contrario, la honramos, porque si Nilda Eloy estuviese presente hoy físicamente, subiría de igual modo de nuevo al estrado para contarnos lo sucedido y señalar a los responsables.

El secuestro

“Fui secuestrada el 1ro de octubre de 1976 a las 12hs de la noche. Una patota de más de 20 personas irrumpió en el domicilio de mis padres. Estaban al mando de Miguel Etchecolatz. Revolvieron todo, rompieron cosas… Durante una hora estuve presente y en determinado momento me hicieron vestir. En la puerta del dormitorio donde dormían mis padres, frente a ellos, me tabicaron y me ataron las manos atrás. La puerta de la casa había estado abierta de par en par y había alcanzado a ver un auto Dodge 1500 celeste. Me tiraron en el piso del asiento de atrás. Adelante en el asiento del acompañante iba Etchecolatz. Al lado iba el chofer, a quien hace relativamente poco pude reconocer, su apellido es Guayama. Atrás iban dos tipos más conmigo y fui conducida a mi primer centro de detención. Un lugar que después reconozco como el centro clandestino de detención de “La Cacha”. El resto de la patota quedó en mi casa hasta las 7:00 am. Mis padres y mi hermano fueron golpeados. Uno de los represores le había pedido a mi madre que cubra al perro porque “le daba lástima golpear al animal” y así de este modo, con esa excusa la golpeaban a ella”.

La Cacha

“En primer lugar fui ingresada a la sala de torturas. Eran dos habitaciones, una detrás de otra. Fui desvestida, golpeada y en ese caso torturada con picana eléctrica. Cuando terminó la primera sesión, yo reconozco entre las voces a un oficial de policía que tenía una relación de amistad con la familia de mi madre y lo llamé por el apellido (el oficial Lara). Me gané la segunda sesión de torturas. Luego fui ubicada en un recinto cerca de una cocina y un baño que identifiqué por los ruidos. Yo estaba tirada en el piso y por ese lugar entraban las personas. Una de ellas era un sacerdote que le decían el Padre “Manolete”. En conversaciones posteriores con mi madre y a través de los juicios por la verdad, supimos que ese sacerdote era el mismo que atendía en la catedral a los familiares, Monseñor Callejas. Este sacerdote lo que hizo fue hacerme extender las manos hacia adelante para poder pisarlas. A los dos o tres días me levantan y me dicen que me van a llevar a hablar con el Coronel. Subo un piso más arriba de donde estaba por la escalera y quien me habla era la misma voz de quien daba las órdenes cuando irrumpieron en mi casa. Muchos años después lo identifique como Etchecolatz. En ese momento no sabía ni su nombre ni quien era. Lo reconocí muchos años después en la década de los 90´s en un programa de televisión, me quedé paralizada cuando vi su cara en la pantalla y recuerdo que esperé hasta que pongan su nombre abajo en un cartelito. Recién entonces supe cómo se llamaba”.

“Allí estuve tres o cuatro días, me sacan y me suben a un camión con otra gente. Lamentablemente por el terror de esa primera etapa no recuerdo nombres, solo reconocí a Alberto Rudiez porque estudiaba conmigo y fue secuestrado a continuación de lo que me sucedió a mí. Pasaron lista y reconocí su nombre. En ese camión íbamos muchos. Hacen una parada, nos bajan y nos hacen arrodillar. Es el primer simulacro, creo, de fusilamiento. Digo que creo que fue el primero, porque no sé si volvimos a subir al camión todos los que bajamos o no. En ese traslado iba gente que también provenía de otros centros clandestinos. Y de allí nos llevaron a todos al pozo de Quilmes”.

Pozo de Quilmes

“Entramos al garaje e ingresamos. Subimos por una escalera muy empinada donde había mucha corriente de aire. Pensé que estábamos en el exterior pero hace un tiempo ingresé (para hacer un reconocimiento) y solo tiene un juego de ventanas. Creo que me dejaron en el primer piso. Los tres pisos de calabozos estaban llenos de secuestrados y me pusieron en un baño con  Emilse Moler, Patricia Miranda y otras chicas. Emilse me conocía del secundario y me recordaba porque había interpretado un rol de actuación en un acto del colegio. Me reconoció como “Morticia”. Que alguien pudiera hacerlo era como volver a la vida, tenía 19 años. Mientras estuvimos allí pudimos sacarnos el tabique y ver cómo estábamos. Yo estaba toda negra, quemada. Luego nos pasan a otro calabozo dentro del mismo lugar. Los días que estuve allí pasaba un supuesto médico con un frasco de crema por las quemaduras (de la picana eléctrica). Y lo que hacía en realidad era manosearnos. Llegue a Quilmes el 4 de octubre y estuve en total cinco días. Nos vuelven a trasladar, nos dicen que supuestamente íbamos a ser liberados y nos llevan al pozo de Arana”.

Pozo de Arana

“Me ponen en el primer calabozo respecto a la entrada. Éramos seis mujeres, estaba con nosotros Nora Ungaro. Estuvimos un tiempo y nos dicen que nos iban a liberar. Hacen un simulacro (del procedimiento para liberarnos) y nos llevan a otra habitación para reconocer nuestras pertenencias de una manera muy absurda porque seguíamos tabicados (sin poder ver). Supuestamente nos hacían reconocer nuestros documentos, anillos… nos dieron indicaciones que nos iban a sacar y que debíamos contar hasta 100 cuando nos dejen antes de sacarnos el tabique. Nos fueron llamando y quede última de la lista. Uno de ellos vino y me dijo “decí alpiste”. Cuando logró que lo diga me dice “perdiste”, me habían borrado de la lista. Eso significó más de dos años, casi tres. Nora salió y como ya teníamos los nombres de quienes estábamos en los centros, fue a mi casa esperando poder verme. No podía creer que yo no había salido".

“Arana era un lugar muy particular porque las torturas se hacían en un lugar central, muy cerca de donde estaban los calabozos rodeando y era todo el día. La tortura era escuchar la tortura. Hasta allí estoy hasta el 13 o 15 de octubre y nos vuelven a trasladar en un ómnibus grande, éramos más de 30 ahí adentro. Nos llevan a mi cuarto, lugar de detención que todavía no tengo bien claro si es o no el Vesubio".

“El Vesubio”

“Por la descripción física podría ser el Vesubio pero no sé con certeza. En ese lugar nos bajan a todos y nos forman en fila en el palier de entrada. Solo a un grupo nos dirigen a una especie de casa chalet donde había dos grupos de calabozos. El de las mujeres eran tres pequeños y del otro lado había otros tres más grandes. Las puertas daban a un pasillo y más allá había otro grupo de calabozos igual pero para varones. Conmigo estaban desde Arana, Inés Pedemonte y Graciela Jurado entre otras y nos encontramos allí con Marlene Kegler Krug. Era una chica paraguaya de origen alemán que había sido crucificada en Arana, ella todavía tenía las marcas en las palmas de las manos y en los pies. Estaba una mujer de apellido Coda y el tema que más nos impactaba cuando podíamos hablar, eran los chicos. Ella había dejado su bebé de quince días cuando la secuestraron. Haydee Lampugnani estaba también desde Arana y no sabía qué había pasado con sus dos hijos pequeños que se los llevaron cuando la capturan. En ese lugar nos separaban y sacaban a las mujeres, había un parque muy grande y una parrilla para cocinar. Había un baño sin puerta con una ducha y un inodoro. Evidentemente se juntaban para comer y nosotras éramos el adorno… nos bañaban… nos tenían ahí. Por supuesto que nosotras no comíamos. En ese lugar fui golpeada por quien reconozco en un libro (de archivos) como Durán Saenz, le conteste mal una pregunta”.

Nilda Eloy 3

“En total estuvimos quince días. Nos vuelven a trasladar, esta vez en dos autos. En el camino íbamos tres mujeres en el asiento de atrás (Haydee Lampugnani, Graciela Jurado y Nilda Eloy) y nos dicen que miráramos el camino porque adonde íbamos no se salía más. Nosotras íbamos al infierno y de allí ´no se sale´”.

El infierno

“El infierno era la brigada de Lanús. A los seis que llegamos (tres hombres y tres mujeres) nos ponen en un calabozo donde estaba otro prisionero (el “pingüino”) que nos puso al tanto de cómo era ese lugar. La puerta del calabozo permaneció cerrada con nosotros siete adentro. El calabozo media 1,5 mts de ancho por 2,3 de largo. Durante cuatro o cinco días esa puerta estuvo absolutamente cerrada. Nos turnábamos para poder sentarnos. Las condiciones de detención eran sumamente rígidas, cada 4 o 5 días nos pasaban una manguera por la mirilla de puerta y había que abrir la boca para tomar agua. Cada 12 o 15 días nos daban algo sólido, nos ponían a todos en el patio en fila y nos servían con una cuchara. Si éramos diez, comíamos dos cucharadas y si éramos 30 una sola. A la semana de estar allí se abre la puerta del calabozo, teníamos las manos atadas y encima del tabique nos ponen una capucha. Depende de la guardia teníamos atados también los pies. Escuchábamos los ruidos de la cancha de futbol del club Racing y uno de los compañeros se ubicó por los gritos de las hinchadas. Ahí supimos que día era y donde estábamos".

“Luego de unos días asistimos a un primer traslado. Se abren las puertas, sacan a un grupo, los hacen bañar, los afeitan, los visten y dijeron que los iban a llevar al juez. Graciela Jurado se dio cuenta de que era domingo y que no existía ningún juez. La patota cuando volvía de cada uno de esos traslados, se paseaba por el patio comentando como había sido el “enfrentamiento”. Eran cinco o seis calabozos normalmente con mucha gente y era habitual que por lo menos unas dos veces por semana, se hicieran este tipo de traslados (probablemente con destino de los vuelos de la muerte). A Graciela y Haydee las sacan junto a otros compañeros y son trasladados a Córdoba. Tiempo después me volvería a encontrar con Haydee en la cárcel de Devoto y ella me cuenta que cree que primero fueron a Campo de Mayo y desde allí en avión a Córdoba. Solo de ese grupo bajaron vivos Haydee y Mario Salerno. Posteriormente Mario muere torturado en la Perla y la única sobreviviente de ese grupo es Haydee Lampugnani. Cuando nos separan, me ponen en el primer calabozo hasta el 31 de diciembre del 76. Quedé como la única mujer permanente para todo lo que se les ocurriera".

“En una oportunidad el jefe de la patota de ese día, me hizo sentir un aparato del cual él se ufanaba (vanagloriaba) porque decía que el mismo lo había inventado. Era un aparato retráctil que abría en la punta unas escobillas y se introducía en las mujeres para pasarles electricidad. Para torturar a los compañeros a los querían hacerles creer que estaban torturando por ejemplo a su madre o su hija, yo era sacada del calabozo y llevada a la sala de torturas que estaban atrás. A mi izquierda habían dos salas de torturas una a continuación de la otra y me volvían a picanear para hacerme gritar… y yo gritaba. Pude decirles a compañeros después que no tenían a su madre ni a las hijas, era a mí. Uno perdía muy fácil la noción del tiempo. Las condiciones de higiene eran nulas, se escuchaba todo el día torturas pero no todos los que pasaban quedaban en los calabozos. A unos de los cabos los reconozco en los juicios por la verdad, Miguel Angel Ferreyra y lo denuncio por violación. La puerta de mi calabozo quedaba abierta muchas veces. Supongo que era una forma de pago por los servicios (a los oficiales). Salía entonces del calabozo cruzaba el patio y agarraba agua en un zapato y lo pasaba. La sed es lo más desesperante. Al hambre uno lo banca, la sed nos volvía locos”.

“Conmigo estuvieron el Pingüino, Horacio Matoso, todo un grupo de obreros de la fábrica Saiar, Héctor Perez, el sapo Jaramillo (cuyo cuerpo fue encontrado en el cementerio de Avellaneda), José Rizo… Chiche que era un muchacho chico que murió dentro del calabozo, hacía poquito que lo habían operado de apéndice y no pudo soportar las condiciones de detención. Cuando murió gritábamos, pero Igual no venían. El cuerpo estuvo dos días en el calabozo junto a otro compañero. Estaba también el “abuelo”, el “colorado” y por el pude tener una noción de lo que era la ESMA porque en ese momento no tenía idea. A él lo llevaban a torturar a la ESMA y volvía. Y cada vez que lo hacía, volvía con una parte menos de su cuerpo. La última vez que fue trasladado no tenía prácticamente dedos ni en las manos ni en los pies. Cuando traían a una mujer la ponían en mi calabozo, así paso Blanca que era una maestra de Florencio Varela y era ciega de nacimiento y no hubo forma de hacerle entender a la bestia del cabo que no valía la pena tenerla encapuchada. Yo aprendí muchísimo de ella porque en los dos días que estuvimos me enseño a reconocer los sonidos y se daba cuenta de muchas cosas de las que no podía yo. Estuvo una señora muy mayor de 84 años que estaba desesperada porque le habían sacado a su nietito de cuatro años”.

Nilda Eloy 4

“El 31 de diciembre a la tarde fuimos sacados Horacio y yo, nos ponen adentro de una camioneta. Nos tapan con cajas, nos tiran cosas arriba. Yo pensé que nos mataban, pero Horacio me hizo darme cuenta que no nos habían cambiado la ropa. Y llegamos a la Comisaría 3ra de Lanús”.

Comisaria de Lanús

“El Comisario a cargo se debe haber impresionado cuando nos vio porque hizo traer una balanza y nos pesó. Yo tenía 29 kilos y Horacio 60 kilos pero cuando el cayó tenía más de 90 kilos. Esa noche comí. En ese lugar estábamos Emilse Moler, Patricia Miranda, Marta Enriques, Mercedes Borra, Cristina Rodríguez… seguramente me olvido de alguien. Del lado de los varones ya estaban Néstor Praderio, Rubén Schaposnik, Horacio Matoso llegó conmigo… Walter Docter, Gustavo Caloti, después de nosotros llegaron Pablo Díaz y José María Noviello. El 21 de enero a ellos los trasladaban a la unidad 9 y a Devoto a las chicas. A ellos ya les habían puesto el PEN (incorporado a un programa de trabajo esclavo en la dictadura para control). Teníamos un permiso de visita para comunicarnos con nuestros familiares. Ellos tramitaban un permiso que salía firmado por Camps para visitar a alguien que (supuestamente) no estaba detenido, para determinados días en determinadas comisarías. El día de Reyes a Emilse la visitan, y esa noche cuando volvieron a la plata sus familiares le avisaron a mi familia que estaba viva y donde estaba. Luego quedamos solo Mercedes y yo y del lado de los varones quedaron Nestor Praderio y Horacio Matoso. En marzo se lo llevan a Horacio, en mayo se va Mercedes en libertad de la comisaría”.

“Las condiciones habían cambiado dentro de la comisaría en marzo o abril cuando cambiaron al Comisario que se llamaba Crespo. Y las condiciones fueron más duras. Había relación con la familia, teníamos alimento, abrigo pero nuestra desesperación era que no estábamos detenidas. O sea no figurábamos en ningún lado. Pasaban los meses y no existíamos. A fines de abril, como Nestor Pradeiro era cirujano y yo instrumentadora quirúrgica, nos empiezan a traer restos humanos para limpiar: Cráneos y manos. Se nos facilitó algún tipo de instrumental y con eso nos permitían tomar sol. Y una vez que se fue Mercedes, no estábamos del todo solos, había por lo menos algunas horas en el día en que nos veíamos con Néstor. Supuestamente los restos eran para una hermana del inspector Moreira que estaba estudiando medicina. Nosotros no podíamos ni siquiera dormir de noche. Teníamos la vinculación con la familia pero seguíamos sin existir. Néstor se va en junio y quedé sola hasta el 22 de agosto de 1977 que me llevan a Devoto”.

La llama eterna de la memoria, justicia y verdad

Nilda Eloy militó posteriormente en democracia en la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) y llevó adelante junto a sus compañeros de lucha (Adriana Calvo, Cachito Fukman entre otros) la bandera por los derechos humanos. El esfuerzo de los familiares de las víctimas y los sobrevivientes, fue el que posibilitó llevar adelante los juicios contra el aparato genocida a riesgo de sus propias vidas. A ellos les debemos la totalidad de los resultados obtenidos hasta ahora. Del accionar del Estado solo podemos volver a decir que es necesaria la apertura de los archivos de la dictadura, pero para ello es necesaria una voluntad política que hasta el momento no tuvo ninguno de los gobiernos que se sucedieron después del golpe.

El 12 de noviembre del 2017 Nilda Eloy falleció y al igual que muchos otros sobrevivientes lamentablemente no pudo ver en vida a todos los responsables de sus tormentos en la cárcel. Su luz ahora está brillando en la llama eterna de la memoria, la justicia y la verdad. Desde allí su testimonio resurgirá nuevamente victorioso todas las veces que sea necesario, hasta que no quede un solo genocida sin condena. El fuego de nuestros héroes no se apagará jamás para abrirle el camino al pueblo. Pero es la sociedad argentina en su conjunto quien deberá tener en cuenta el riesgo que corre y afrontar las consecuencias si decide o no, pasar por esa puerta de la historia que muy pocos pueden dejarnos abierta.

Nilda Eloy sonríe en la luz de quienes no perdieron la dignidad humana bajo el peor de los tormentos y apuestan por un mañana mejor, siempre lleno de esperanzas en cualquier circunstancia.

El rostro de Miguel Etchecolatz, en cambio, se descompone delante nuestro, cayéndose a pedazos, mostrando al descubierto el espectro de un futuro de muerte.

Nosotros ya elegimos!

Ni olvido, ni perdón, ni reconciliación: Compañera Nilda Eloy, presente!

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*Foto de Portada: www.portalsur.com /Nilda Eloy

*Foto 2: www.chacofederal.com /Represor Miguel Etchecolatz

*Foto 3: www.elmarplatense.com

*Foto 4: www.indymedia.com  Nilda Eloy portando foto de Julio López