galeanoPor Jean Georges Almendras-17 abril de 2016

Ni intelectual. Ni semi Dios. Solo un hombre muy inteligente. Un sentí pensante que nos dejó una huella inconfundible. Un hombre con una sensibilidad y una capacidad de síntesis excepcional. Que sabía de la vida, lo que la vida misma le enseñó, desde el momento en que nació, el 3 de setiembre de 1940, en Montevideo, y hasta el momento en que se fue, el 13 de abril de 2015, también en Montevideo. Dejándonos vacíos de su ser, pero llenos, muy llenos de sus pensamientos, siempre  de irrefutable vigencia.

Un ser humano único, irrepetible. Portador de historias y hacedor de historias. Historias distantes de la ficción y de la cursilería. Historias de la vida real. Historias muy sensibles, de un humanismo indescriptible y de una acidez privilegiada para acusar y  denunciar las barbaridades humanas, en particular de los poderosos, sedientos de impunidad y ambiciosos de riquezas.

Fue un hombre comprometido con su tiempo y sus valores. Un hombre comprometido con el prójimo. Un hombre que sabiamente miraba el mundo, para luego describirlo con su filosofía de vida, la suya, la que fue cultivando desde la infancia, durante su adolescencia de redacciones y partidos de fútbol (aún siendo un pata dura) , durante su juventud en diarios y revistas, y  expuesto a  riesgos por la infamia de los dictadores, durante su  existencia de exiliado y de esposo y de padre, primero lejos de su tierra y luego en ella, donde cosechando a full, amigos, lectores e hijos de su literatura, abrió caminos y esperanzas, por doquier. Esas esperanzas que  los políticos se empeñan en robar, en hacer añicos, siempre, cada cinco años.

No pocas veces nos cruzamos en el canal de la calle Paraguay, saludándonos cordialmente o intercambiando algún comentario circunstancial y aunque siempre supe que vivía en una casa de la calle Dalmiro Costa, en el corazón del barrio Buceo de Montevideo, no tuve la osadía ni el atrevimiento de ir a visitarlo. Mi estupidez no tuvo límites.  Me arrepentiré siempre.

Y aunque sabía cómo era su pensamiento, sobre todo después de haberme devorado, en mis años jóvenes, su obra maestra en la que nos habló (con pelos y señales)  sobre las venas abiertas de América Latina, que para mí siguen aún abiertas, poco valor tuve para aproximarme a él, simplemente para saludarlo o estrecharle las manos. Mi estupidez no tuvo límites. Me arrepentiré siempre.

Fui creciendo en mi profesión sin dejar de seguir a distancia sus libros, sus dichos, sus reflexiones, sus actitudes, sus compromisos, sus denuncias, sus historias, sus costumbres y su personalidad. Y siempre prisionero de las timideces de la condición humana, seguía sin atreverme a visitarlo en sus bases de inspiración: su casa, el bar Brasilero y la rambla montevideana.

Pero seguí muy atentamente su camino. Como uno más entre los millones de lectores del Uruguay y del planeta. Y hasta rompiendo el cerco de las tonterías humanas, venciendo los obstáculos de mi microcosmos, entablé contacto (cibernético) con él y con Helena, su esposa, para pedirle unas palabras para llevar al Paraguay, tras la muerte del periodista Pablo Medina, en manos de la narcopolítica.

Y Eduardo no faltó a la cita en su entrañable tierra paraguaya. Leí su mensaje de apoyo y de lucha, dirigido al periodismo aguijoneado por el poder,  en una plaza de Asunción. Un mensaje con la sobriedad y la sensibilidad que lo caracterizaba.

Y seguí su camino muy atentamente. Y tanto fue que una mañana, revisando en internet la prensa paraguaya me enteré de su partida. Eran el día 13 de abril del pasado 2015. Quedé paralizado ante la computadora. El ciclo de su vida se había cerrado, abriéndose de par en par, el ciclo de la eternidad.

Eduardo, que no te has marchado; que solo estás viajando por el universo, formando parte de él; así como siempre fuiste: un sentí pensante, que aún incomodado por la muerte, no tuviste otra alternativa que abrazarla con la entereza que te caracterizó desde siempre.

Es cierto. Particularmente los olvidados, los desamparados, los pisoteados, los masacrados y los denostados por el poder y por  la soberbia del autoritarismo civil, politiquero , militar y financiero, se quedaron huérfanos de tu voz y de tu alma, que fue y  es –y será-  su voz y su alma. También la nuestra.

Es cierto. ¡Cuánto nos gustaría saber, qué nos dirías (y que nos escribirías)  del mundo de hoy, con todo lo que está pasando¡. Pero, bueno, imaginándome esos dichos y esos escritos, seguiremos adelante, siempre adelante, como lo hacías tú. Sin derrumbarnos, construyendo el hombre nuevo.

Gracias por muchas cosas Eduardo.  Nos veremos en el Universo, día a día, hora tras hora, minuto a minuto y  segundo a segundo.  Hasta que los Dioses lo dispongan, o  hasta que los hombres se cansen de hacer tantas maldades.


*Foto de Portada: www.lavozdelsur.es