Vergüenza entre figuras del más alto relieve de la antimafia; de Salvatore Borsellino a Gian Carlo Caselli, obligados a usar dosis de farmacia y giros acrobáticos, solo para mantener a dos "caballeros" juntos, Bonafede y Nino Di Matteo, quienes, sin embargo, habían entrado en curso de colisión sobre un tema demasiado pesado para poderlo reducir a simples malentendidos de etiqueta, a un fracaso mutuo, para respetar los buenos modales.

Vergüenza para todos esos periódicos y canales de televisión que descubrieron los gusanos debajo de la piedra (los magníficos 400 reclusos que regresaron alegremente a casa) a causa de una llamada telefónica aclarativa de Di Matteo en el programa "Non è l'Arena", que causó una avalancha.

Y también vergüenza entre los periódicos, como Il Fatto Quotidiano, que aún hoy se distingue por la publicación de noticias que, de no ser por ellos, habrían caído bajo losas de hormigón armado. Pero vergüenza, a pesar de todo, incluso entre los colegas del Fatto, precisamente porque el juego de la torre – ¿la supervivencia de Bonafede y del gobierno de Conte? ¿O la de Di Matteo? – siempre es un juego cruel, cuando te obligan a sufrirlo.

Y ni hablar, por último, de la vergüenza de esos mismos círculos del poder judicial, tradicionalmente poco receptivos, respecto a la particularidad y originalidad conceptual del tema de la mafia y de la lucha contra la mafia, muy difíciles de abordar en cuestiones de pureza jurisdiccional abstracta e inquebrantable.

Los miembros laicos del CSM, nominados por 5 Estrellas, deletreaban, con una pizca de indignación, la llamada telefónica en transmisión directa de Di Matteo; Piercamillo Davigo definió como "disputa verbal", a lo sucedido entre Di Matteo y Bonafede.

Y estos son sólo algunos de los posibles ejemplos en la infinita gama de vergüenzas causadas por la gestión Bonafede.

En definitiva.

Esta es la lista parcial de vergüenzas, en entornos en que todo se puede decir, excepto que tenían razones para estar enojados con este ministro y con su trabajo.

Luego, está el ruidoso grupo de actores que, obviamente, no esperaba otra cosa: desde Matteo Salvini a los líderes de Forza Italia y hasta Matteo Renzi.

Apuntan a la cabeza de Bonafede, para debilitar legítimamente al gobierno de Conte. Pero ya que estamos, no desdeñarían quedarse también con el cuero cabelludo de Di Matteo, que desde hace mucho viene siendo perseguido por los coleccionistas anti fiscales más refinados.

Ellos, en cambio, dicen que están interesados en el tema de una lucha contra la mafia, sin más y sin menos. Si fuese cierto, sería la primera vez que esto suceda. Será. El fenómeno, sin embargo, al menos hasta ahora, no ha sido visto en la naturaleza.

En conclusión.

El ministro de Justicia, Alfonso Bonafede – previendo las objeciones – no podía saber que Francesco Basentini, jefe del DAP, se vería obligado a renunciar.

El ministro Bonafede no podía saber que Fulvio Baldi, jefe del Gabinete del Ministerio de Gracia y Justicia, se vería también obligado a renunciar hoy, por las escuchas que lo involucran en la investigación de Perugia, publicadas por Il Fatto Quotidiano. Ambos, por cierto, ocupaban la silla por elección fiduciaria del ministro.

Cierto.

¿Pero qué pruebas hay de que Bonafede fue informado de lo que estaban haciendo? Ninguna.

Pero, en nuestra opinión, es precisamente por esta razón que debería ser inquietante.

No porque – como se dijo una vez – No podía No saber.

Sino justamente porque No sabía.

Lo cual, en ese nivel de responsabilidad, es quizás aún peor.

El instituto de la reorganización establece que, caído un ministro, sube otro. Los ministros van y vienen. Los gobiernos pueden sobrevivir a los ministros. Los caminos de la democracia, afortunadamente, son infinitos.

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*Foto de Portada: © Imagoeconomica /Alfonso Bonafede
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