Si vemos los números fríos que arrojó la elección, el bloque opositor cuenta con una mayoría parlamentaria de entre 54 y 56 diputados y 17 senadores. Esto plantea un escenario de fortaleza táctica ante un eventual gobierno de mayoría blanca con colorados y cabildantes como socios menores (pero esenciales). Sin embargo, un gobierno de al menos tres bloques parlamentarios deberá enfrentar la posible “ingobernabilidad” de la calle en el marco de un gobierno cuya intención es ajustar en el terreno económico y avanzar en un discurso contra derechos y leyes que han sido símbolos de la década y media “progresista”. El escenario opuesto se daría de triunfar el Frente Amplio, que se vería en la dificultosa tarea de gobernar en clara minoría parlamentaria, buscando la “gobernabilidad” parlamentaria y tendiendo acuerdos con las fracciones de centro-derecha dispuestas a darle esa gobernabilidad.

Si una de las características centrales de la votación del 27 de octubre fue la pérdida de votos del bloque ideológico, político y cultural que va del centro hacia la izquierda y como bien se caracteriza hay un “giro a la derecha” en la sociedad (que se expresó electoralmente), entonces el “centro” del espectro político posiblemente se haya corrido hacia la derecha. El Frente Amplio tomó nota de esta situación y se lanzó hacia ese espacio político en busca del electoral con un discurso con hincapié en las medidas hacia el tema seguridad. Con Yamandú Orsi en la jefatura de campaña, el enfoque punitivista, (que en los hechos en este tema muestra al FA con una línea de centro-derecha) se realza con el mismo Orsi diciendo que se “quedaron cortos” con el tema securitario o un Daniel Martínez que promete “reprimir mejor”. En su desesperación electoral, el partido de gobierno puede perder de la peor de las maneras: derechizando su discurso.

La campaña giró de nuevo este jueves con los anuncios de José Mujica en Ganadería y Danilo Astori en Relaciones Exteriores en caso de acceder al cuarto gobierno. La designación del ex presidente tiene el doble objetivo de tender nuevamente un puente hacia el campo como sector productivo, con un Mujica que ante las demandas del sector fue uno de los dirigentes oficialistas más contemporizadores, y recuperar los votos que en el interior del país fueron a parar mayoritariamente a Cabildo Abierto.

Las primeras impresiones dentro y fuera del Frente Amplio fueron de sorpresa por la decisión y por la forma en que se tomó. Es que desde la misma fuerza de gobierno desde hace un tiempo de se ha hecho “pedagogía” de la renovación y se dejó de lado a las tres figuras que administraron el poder en estos 15 años: Astori – Mujica- Vázquez. A todas luces, la vuelta de los “veteranos” al ruedo de la campaña da una imagen de debilidad política de un Martínez que arrancó la carrera hacia la segunda vuelta en clara desventaja y con la necesidad de “ganar” votos que fueron a los candidatos de la oposición en la primera vuelta.

La irrupción del MPP y su puesta al frente en el comando de campaña lo muestra débil a Martínez. Como un candidato que le deben hacer la campaña y apuntalarlo. Esto también es una señal política en caso de triunfar el Frente Amplio, ya que un eventual gobierno de Martínez tendrá más del 70% de su bancada de diputados y la mayoría del senado frenteamplista controlado por el MPP y el PCU, sectores sobre los que el candidato frenteamplista no tiene tanta ascendencia.

El conflicto con el campo mostró las líneas de falla del modelo y del discurso

El conflicto entre el ruralismo y el gobierno que tuvo como consecuencia el nacimiento del Movimiento Un Solo Uruguay es un punto crucial para entender la caída del Frente Amplio en el interior del país. Fue el primer cuestionamiento por derecha al modelo económico que concitó la atención de todo el empresariado y mostró los límites del tenue reformismo social puesto en marcha en 2005. La oligarquía pudo poner el grito en el cielo porque está ahí, sin que se le haya tocado una hectárea de tierra. Y fue socia del modelo del agronegocio que le permitió una renta extraordinaria de la tierra producto de los precios de las materias primas. El modelo que se puso en cuestión no fue un modelo “populista” en lo económico, sino todo lo contrario, un modelo de “pacto distributivo” donde los empresarios durante una década tuvieron fortunas extraordinarias y los pilares del esquema de los años noventa no fueron cuestionados. Un modelo abierto a las multinacionales.

Si el batllismo como movimiento político reformista tanto en su fundación como en su intento de reedición a mediados del siglo pasado por Luis Batlle Berres, mostró los límites del progresismo burgués de su época; el Frente Amplio (visto desde una óptica Real de Azúa) representó el tercer intento de reformismo social en 120 años, aún más limitado en su alcance.

El crecimiento de la centro-derecha y la organización de la derecha “riverista” y conservadora en su propio partido es el dato político más relevante del momento.

Sin intención de cerrar el debate y sin caer en la frase que dice que “el progresismo le abrió la puerta a la derecha”, como un mantra o verdad revelada que de por si carece de sentido, es importante indagar los elementos que crean las bases para el giro a la derecha.

Como decimos anteriormente, el Movimiento Un Solo Uruguay marcó líneas de falla o cierto agotamiento de un modelo y un relato, y las intenciones de los sectores empresariales de avanzar en reformas que le devuelvan su “competitividad”. En campaña la dirigencia frenteamplista intentó instalar la comparación entre la situación económica y social del Uruguay con respecto a sus vecinos, pero en cambio, los trabajadores, los sectores populares y las capas medias tendieron a comparar su situación material consigo mismo.

Desde 2014 la economía uruguaya entró en un otoño que tuvo como correlato el cierre paulatino de pequeñas y medianas empresas, perdiendo unos 65 mil puestos de trabajo. A su vez, producto de la situación de los vecinos, bajó el consumo por parte de los turistas y la política de la Reserva Federal Norteamericana de buscar la repatriación de capitales llevó a frustrar la llegada de inversiones extranjeras, planteando una situación generalizada de desaceleración económica que en algunos lugares del país se vive de forma dramática. La situación de Juan Lacaze en el Departamento de Colonia es una muestra.

La clase trabajadora no pudo dar una respuesta de conjunto a la pérdida de puestos de trabajo, teniendo una dirección sindical que abusó del discurso derrotista, abriendo una situación de desmoralización importante en el movimiento obrero.

El sector docente, que había actuado como “caja de resonancia” de las contradicciones que ya se avizoraban en 2013, libró una importante lucha en 2015 que culminó con la declaración de esencialidad por parte del gobierno y cerró el proceso con la brutal lección que fue el violento desalojo del CoDiCen.

Los movimientos sociales en los que se basa y es parte la izquierda, es decir, los sindicatos y las organizaciones estudiantiles y populares, no tuvieron “intensidad” ni extensión en sus reclamos en los últimos años. En parte por la acción de sus direcciones. En cambio, los “movimientos sociales” ligados a la derecha como Un Solo Uruguay, o los movimientos anti derechos fueron definitivamente más “intensos” en sus reivindicaciones y tuvieron desde las Fuerzas Armadas la consolidación de un nuevo referente social y político (Manini Ríos). No es descabellado pensar que, al calor del declive económico definitivamente la capitalización de la pérdida de hegemonía del gobierno fuera por parte de una derecha que en el siglo XXI estructura su discurso y sus movimientos en base a algunos temas instalados en la agenda pública: la seguridad, la corrupción y los valores religiosos y una vuelta a la familia patriarcal.

La pérdida e hegemonía electoral del gobierno estuvo precedida por una pérdida de hegemonía de su relato, que se rompió y que comenzó a disputarlo la derecha con efectividad. Para esto avanzó sobre los flancos débiles que deja un gobierno que no resolvió los problemas sociales cotidianos de importantes sectores de la población y lo explotó en base a la demagogia.

A diferencia de lo que pensó un sector de la izquierda que vio con buenos ojos a Un Solo Uruguay, una vez más así como hace poco más de 60 años, el ruralismo y la oligarquía conservadora se alían a la derecha política. En esta ocasión no es necesario un acuerdo como el de Chico Tazo con Herrera en 1958. Alcanza con militar el discurso de Un Solo Uruguay y utilizar las candidaturas de Lacalle, Manini y Talvi como instrumento político para terminar con el gobierno del Frente Amplio.

Uno de los problemas centrales que manifiestan los reformismos en los países periféricos y de un capitalismo de desarrollo atrasado, radica en la distancia entre su relato y la realidad. Contrario a uno de los slogans de campaña más repetidos por Daniel Martínez, “Hechos NO Palabras”, culminamos 15 años de gobiernos del FA con índices de extranjerización de la tierra históricos, con el 40% de la fuerza de trabajo percibiendo menos de un cuarto de la canasta básica familiar, y la proliferación del empleo precario para miles de jóvenes. Se termina el tercer gobierno del Frente Amplio con los salarios reales levemente por encima de la situación previa a la crisis del 2002 y con un contrato de características coloniales con una multinacional como UPM2

Estalló Chile: ¿y Uruguay?

El proceso de rebelión social en Chile fue tomado por la campaña del Frente Amplio para mostrar los males del neoliberalismo (muy reales), y, sintiéndose parte de esa misma ola, buscó transformarlo en un factor aglutinador del voto por el centro. Pero a su vez, en esa apelación a “mirar a Chile”, se esconde la idea del país Suiza de América, el de la “excepcionalidad uruguaya” y la estabilidad política.

La década y media de gobiernos del Frente Amplio fue de un reformismo social que se topó con el Uruguay de la herencia neoliberal de la dictadura y los años noventa. Lejos de agarrarse a golpes de puño con ésta, la llenó de contenido social como forma de atenuar las contradicciones y las diferencias de clase, basándose en una visión liberal (y lineal) de la historia donde el progreso (para algunos sectores sociales), la estabilidad económica y política y la democracia parecerían eternos.

Tomando las Tesis de Filosofía de la historia de Walter Benjamin, el “progresismo” reeducó al movimiento obrero y las capas medias en una ideología de cambios y ascenso gradual, creando la ilusión de estar yendo con la corriente de la historia, con una preocupación central por evitar la conflictividad social. Y haciendo del consumo y la estabilidad un valor de izquierda del cual deberíamos sentirnos orgullosos.

En el cambio de foco de lo ideológico a “la gestión” y en el republicanismo que irradió, encontró sus propios límites políticos. En la convergencia hacia el centro y en las políticas de estado encontró una mimetización con sectores de la centro-derecha que contrastan con la polarización que hoy se impone desde lo discursivo.

La conflictividad en Chile que marca el final del “mito” y un retorno de la lucha de clases en Latinoamérica, causa dudas y temores en las elites políticas y económicas de nuestro país.

Previo a las elecciones el diario El País le dedicó algunos espacios por demás importante a la discusión chilena y su impacto regional. Las respuestas que se encuentran de momento hacen hincapié en la estabilidad del sistema de partidos, la confianza en las instituciones que caracteriza a nuestro país y el espíritu republicano de la sociedad. Además en tiendas políticas de todos los partidos reina la confianza en un ajuste “a la uruguaya”.

Sin embargo, la entrada con fuerza de Cabildo Abierto como cuarto partido del sistema, desestructura esa institucionalidad. La vuelve más compleja y un tanto más imprevisible en situaciones de conflictividad social.

Un problema de las campañas electorales es que los discursos de los partidos en pugna tienden a esconder los rasgos que pudieran parecer regresivos para importantes sectores de la población. Es así, como asistimos a estrategias de campaña donde determinados candidatos (Ernesto Talvi, por ejemplo) suelen presentarse con perfiles amigables, empáticos y con discursos de “centro” y aspectos programáticos visibles que poco tienen que ver con su trayectoria académica y política.

Los gobiernos del Frente Amplio sobrevinieron como consecuencia de una nueva relación de fuerzas impuesta en la sociedad tras la crisis del 2002. El empresariado nacional y extranjero aceptó que ya no podía gobernar con sus partidos tradicionales y aceptó a regañadientes al Frente Amplio en el gobierno y a un Danilo Astori que fue la expresión de que el nuevo esquema de poder no podía prescindir de los sindicatos y debía integrárselos. Esa relación de fuerzas persiste en la sociedad y un nuevo gobierno deberá toparse con ella.

Apenas conocemos la letra del documento coalicionista “Compromiso por el País”, pero ya podemos prever la orientación de un eventual gobierno opositor de Lacalle Pou. En ese momento, se terminarán las “genialidades” de comunicación política y habrá un eventual gobierno “multicolor” intentando implementar reformas que atacarán las condiciones de vida de los trabajadores.

Es para ese momento que debemos prepararnos desde ahora, discutiendo y organizándonos para los desafíos que nos preparará el día posterior al 24 de noviembre.

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(*) Gentileza de Damián Recoba y de La izquierda Diario

*Foto de Portada: www.laizquierdadiario.com.uy