pequePor Jean Georges Almendras-20 de enero de 2018

 

Puedo equivocarme. Puedo falsearme. Pero me atrevería a asegurar que ninguna de las casi cuarenta personas que con admirable y aleccionadora devoción militante se acercaron a una de las esquinas de la amplia circunvalación del Palacio Legislativo, para pintar un mural por la libertad de los niños palestinos, jamás en su vida pisaron esas tierras en conflicto. Y en ese detalle está la grandeza de la actividad. La que se llevó adelante al atardecer del 19 de enero, en Montevideo, organizado por la Comisión Palestina Libre/Uruguay.

De diferentes edades, de diferentes culturas, de diferentes ideas, de diferentes corrientes políticas, fueron las personas que se dieron cita para compartir un momento de lucha. Una lucha pacífica, pero lucha al fin. Una lucha a punta de pinceles y de pinturas. Todos pintores de un mural que quedará para el mañana, o hasta que los destructores de la libertad lo digan, vaya uno a saber cuándo.

En un sector del baldío devenido en plazoleta, de la esquina de las calles Hocquart y Daniel Fernández Crespo, los pintores, algunos trepados en una escalera, otros de a pie o sentados, dieron color y vida al mural de la libertad; en otro sector, una pareja de titiriteros (“Girasol”) vestidos de negro, brindaron un espectáculo a una platea de niños, niñas y grandes, que los siguieron con atención; tres fotógrafos del periodismo libre cumplieron con su ritual de capturar imágenes; y alguien desde un equipo de audio lanzó a los aires músicas y cantos palestinos. Alrededor, el tránsito vehicular, fluía como todos los días. Y bien a la uruguaya, militantes de una corriente ideológica cuya sede linda con la plazoleta se adhirieron a la causa instalando una venta de chorizos al pan con cerveza y vino. Y los vecinos del barrio, miraron. Y hubo quienes hasta se detuvieron a contemplar y a conversar con los pintores. Pintores que de pintar poco sabían, pero que lo hacían muy bien.

Un grupo pequeño de montevideanos pintaron un muro, pero no un muro cualquiera. En realidad, más que un muro fue una bandera. La bandera de una lucha. De una lucha por una causa justa, como la causa Palestina. Que no es poca cosa.

Entretanto, allá en Palestina, una tierra que está a unos 12 mil kilómetros de distancia del Uruguay, fluía la rutina de una vida cargada de tensiones y de injusticias , con muchos niños y adolescentes presos, entre ellos Ahed Tamimi. Y acá en el Uruguay, en Montevideo, entre un pequeño grupo de personas militantes fluía un sentimiento indescriptible de solidaridad y de apoyo a los miles de palestinos, padeciendo los efectos de un régimen provocador y delirante.

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Un grupo pequeño de montevideanos y de montevideanas, por una tarde pensaron como palestinos; por una tarde sintieron como palestinos; por una tarde compartieron una lucha que se tradujo en una pintada. Una pintada que denuncia que el sionismo encarcela niños; que el sionismo tiene encerrada a Ahed Tamimi y a su madre; que el sionismo ha sembrado de muerte y torturas, las tierras palestinas, donde las víctimas han sido hombres , mujeres, adolescentes y niños. Y siguen siendo.

“Desde el río hasta el mar se llama Palestina y su capital es Jerusalén” se ha escrito y se ha pintado en el mural.

“Yo pinté por la libertad de los niños palestinos” también se ha escrito y pintado en el mural. Como también se han dibujado otros rostros, otras caras junto al rostro de Ahed Tamimi. Los rostros del pueblo palestino. Un pueblo en resistencia. Pura resistencia.

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Ahed Tamimi, está entre rejas, allá en Israel, ignorando que a la distancia, a mucha, pero mucha distancia, un grupo pequeño de personas piensan en ella y la apoyan; ignorando que un grupo pequeño de personas se unen a ella, porque esa unión viniendo de tan lejos, significa libertad. Un inmensa libertad. Y desde esa libertad, un grupo pequeño de personas le hablan a ella y les hablan a los niños y adolescentes en prisión. Y les dicen, que no están solos. Y les dicen, que en un pequeño país, un grupo pequeño de personas luchan, por ellos, y porque esa causa también es de ellos. Una causa en común, aún a la distancia.

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No hay distancias, para reclamos con ese sello. Para reclamos justos, señalando con el dedo al opresor, al saqueador. No hay distancias para los grupos pequeños que hacen cosas enormes. No hay distancias para sembrar de reclamos el mundo, este mundo sobrado en injusticias, y sembrado de sufrimientos y de impunidades.

No hubo prensa grande. Ni cámaras de televisión. Ni apoyos oficiales. Ni miles de personas en la plaza donde se pinto un mural por la libertad de los niños palestinos.

Hubo militancia. Hubo conciencia. Hubo compromiso. Hubo un pequeño grupo de personas.

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo” escribió un día Eduardo Galeano, que también habría pintado el mural.

Y tenía mucha razón.

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*Fotos: Antimafia Dos Mil