danielPor Jean Georges Almendras-31 de octubre de 2017

Fueron setenta y ocho años de vida. Una vida que compartió con sus compañeros de lucha, en los años duros. Que compartió con las generaciones de estudiantes militando en las calles y soportando represiones. Y su canto y sus letras, de protesta, se hacían sentir en liceos y en facultades. En los barrios populares. Era un joven cantautor, que guitarra en mano, dejaba su huella, su rastro de hombre comprometido con las causas sociales, con una pluma incisiva, tierna y combativa.

Canciones de profundidad indescriptible que nos hacían vibrar la lucha cotidiana, antes, durante y después de la dictadura. Era nuestro Eduardo Galeano del canto popular. Del canto que nos representaba. Era nuestro Mario Benedetti del canto de denuncia y de la música eterna. Era de la talla de Víctor Jara, de la talla de Violeta Parra. Era de la talla de los artistas libres, que no se callaban y que no se doblegaban.

Daniel Viglietti, fue y es, ahora que ya físicamente no está entre nosotros, un símbolo. Y como diría Galeano, fue un sentí pensante y un músico, indescriptible y de una sensibilidad única, para trasmitir la vida: la vida de los oprimidos, la vida de de los luchadores, y las instancias más emblemáticas de las luchas sociales. Una personalidad inigualable y un timbre de voz privilegiado. Privilegiado para sembrar enseñanzas, a sus contemporáneos y a las generaciones que hoy lo cantan y lo entonan aún sin haberlo disfrutado en escenarios, en salas, en locales de estudio, en sedes gremiales, en las calles y en las plazas.

Fue siempre, un compositor sin mordazas, pero a conciencia, de que cuando se cantan protestas, se es un combatiente, se es un compañero de militancia, sin perder sus dotes de gran músico. Un músico, comprometido como pocos.

Un luchador por excelencia. Un hombre con la capacidad de decirlo todo con el canto, con su canto y con su poesía. Un creador libre, y para enseñarnos a todos que la libertad no tiene fronteras. Y que la música y el canto se hacen para sentir, para llenarse el alma y el alma de una lucha social, siempre militante.

Fue el símbolo de la protesta guerrera de los años sesenta y de los años setenta. Y por eso mismo, debió vivir en el exilio desde el inicio de la dictadura militar en el Uruguay, primero en Argentina y después en Francia, donde debió permanecer once años. Su regreso al Uruguay fue en 1984. Y siguió igual, editando trabajos y componiendo y también militando.

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No hace pocos años, lo vimos todos, en marchas y en movilizaciones; no hace muchos años, lo vimos junto a Eduardo Galeano, protestando por el traslado de la jueza Mariana Mota, en la gran concentración de la Suprema Corte de Justicia. Lo vimos allí, como uno más. Batallando.

Era Daniel Viglietti, como si fuera el joven de aquellos años, pero era el hombre de estos tiempos. El hacedor de una obra musical, que se caracterizaba por mesclar la música clásica con la popular. Su voz (y su obra) fue conocida en América Latina y Europa. Su voz, inconfundible, creo conciencias y abrió mentes. Y fue única. Íntegra.

“A desalambrar” ,”Milonga de andar lejos”, “Gurisito”, “Yo no soy de por aquí”, fueron algunos de sus temas más conocidos. También fue periodista, y escribió en Marcha y en Brecha. Y hoy, a los 78 años llevaba adelante su programa “Tímpano” en radio El Espectador y “Párpado” en Teve Ciudad.

Sorpresivamente debió ser intervenido quirúrgicamente. Y se nos fue. Pero está acá. Con su voz. Con su presencia. Con su obra musical. Con su porte de militante y con su porte de músico eterno.

Todavía lo recuerdo en la entrada del hotel Bauen de Callao y Corrientes, en Buenos Aires, hace ya unos diez años aproximadamente, dándonos un fuerte abrazo.

Lo tuve presente y cantaba sus canciones, antes de ese abrazo; lo tuve presente en ese abrazo; y ahora que debo escribir sobre él, también lo tengo presente. Porque Daniel Vigiletti, no se ha ido, y su canto no se ha marchado.

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*Foto de Portada: www.cubadebate.com

*Foto 2: www.lared21.com