Estamos pegados a la televisión esperando que se nos muestren perlas de sabiduría –ética, estética, política, cultural, alimentaria, gastronómica, medioambiental, económica, escolar, gimnástica, deportiva, religiosa, científica, judicial, etc.– que nos señalen el camino de la virtud. Y también de la supervivencia y la curación, sin que nos duela.

Y a menudo escuchamos, en estos días, que saldremos diferentes, más buenos, más altruistas, menos egoístas, en resumen: más generosos.

El nada será como antes se ha convertido en un mantra.

Si fuese cierto.

Si fuese cierto, habría algo hermoso, en esta tragedia colectiva.

Si fuese cierto, estaríamos en vísperas de una nueva era de la humanidad.

Si fuese ser cierto, finalmente nos dirigiríamos hacia un planeta sin armas ni conflictos. Hacia un hermoso planeta digno de ser vivido y visitado.

Quizás descubrir los bajos napolitanos, como lo hace hoy la Repubblica, no sea más que el ojo de la aguja por el cual todos deberemos pasar para, finalmente, darnos cuenta del mundo abyecto que hemos construido.

Lo importante es comenzar en alguna parte, dicen.

Entonces, nos permitimos agregar, sería bueno que aquellos que miran televisión, esperando perlas de "sabiduría", también puedan ver, al menos en tiempos de contagio, cuál es el rostro de la pobreza italiana. Mirar con los ojos, tocar con la mano, estar dentro; no sólo respecto a la pobreza, también hablando de otras cosas.

Sería igual de agradable que las caras de ciertos intrigantes desaparecieran, por lo menos en esta ronda de días desastrosos, junto con ciertas transmisiones y algunos programas.

Muchos programas, uno diría.

Qué hermoso sería si hubiera también una ley, muy estricta, muy dura, casi despiadada, una ley de esas que se dictan en tiempos de guerra, que prohibiese, en la publicidad, cualquier referencia al coronavirus. Podríamos enumerar docenas de casos de publicidad, todos desconcertantes, que intentan atrapar al pobre espectador con una cara humana y tranquilizadora.

Pero de estos anuncios absurdos, hay uno que, al menos por ahora, los supera a todos: es el de Mazda, el fabricante japonés de automóviles, que nos recuerda que: "en los días de Hiroshima, nosotros estábamos. Y salimos más fuertes que antes". Y poco importa si quien lo pensó tuvo las mejores intenciones del mundo.

Para especular sobre el horror ¿es quizás esta la última carta de una lógica exasperadamente dirigida a las ganancias? Parecería que sí.

Pero es precisamente en ese mundo tan atávico, aunque tan cercano, de atroz sufrimiento para la humanidad –el famoso Siglo Breve– en el que, con el permiso de Mazda, nunca querríamos volver a caer. Basta un minuto de publicidad como esa para borrar horas y horas de "perlas" de sabiduría. ¿Es difícil de entender?


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