Ella regresaba de una audiencia de tribunales. Desde el mes de enero las autoridades policiales tenían información de que la magistrada integraba una lista de personas marcadas para morir. No obstante, Patricia Acioli –una servidora de la Justicia brasileña- no tenía custodia  y seguramente los criminales conocían esa situación. Entonces, la aprovecharon.
CrimendelajuezaPatriciaAcioliFotoNoticiasStanmediaTestigos señalaron que varios hombres armados –obviamente amparados en las sombras de la noche- tendieron a la joven jueza una emboscada ocupando dos automóviles y dos motos. Su muerte fue instantánea.
Conocida la noticia de este execrable atentado a la democracia y a la vida, por todo Brasil se esparcieron las opiniones y las reflexiones. Por ejemplo, el gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral dijo que Patricia Acioli “era una jueza que sentenciaba con coraje y no vamos a tolerar esta osadía de los criminales. El asesinato de la jueza es un desafío  al estado democrático de derecho”. Por su parte el presidente del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro, Manoel Rebelo dos Santos recordó que “ella ya  había recibido amenazas de muerte”.
La prensa brasileña consignó que la jueza estaba separada, que tenía tres hijos, que además estaba de novia con un agente de policía y que no tenía custodia desde el año 2008. También trascendió que el atentado fue cometido por profesionales, de hecho sicarios o policías en actividad, amparados en el anonimato de sus capuchas.
Sin perder el horizonte ante semejante ataque, que conmocionó a Brasil a diferentes niveles, el presidente de la Orden de Abogados de Brasil, de Niteroi, Antonio Barboza da Silva, no pudo evitar declarar públicamente: “llama la atención que ella no tenía seguridad, por el hecho de haber juzgado centenares de criminales de alta peligrosidad. El homicidio parece hecho por la mafia”.
Con este atentado, quedó claro, por enésima vez, y a precio de sangre, que el crimen organizado  en Brasil es una realidad palpable, ligada a una cultura del delito enquistada en la comunidad carioca. No en vano los despachos de prensa que llegaron a las agencias de noticias de todo el mundo dan cuenta de estremecedores datos sobre el crimen.  Periodistas de la cadena Globo señalaron que la logística del atentado necesitó de unas 12 personas en la acción y que los principales sospechosos son integrantes de grupos de exterminio o escuadrones de la muerte formados por policías que prestan sus servicios a privados, para cometer masacres de esta naturaleza en  ciudades como Río de Janeiro, San Pablo, Recife, Vitória y Salvador. Violencias ya conocidas en el mundo entero
GiovanniFalconeyPaoloBorselinoLa  muerte de la jueza Patricia Acioli, personalmente, me trae a la memoria  aquellos mortales ataques cometidos contra los jueces italianos Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, en el año 1992, en la ciudad de Palermo; desastres maquinados por la mafia siciliana –Cosa Nostra- para silenciar a dos ciudadanos, que tuvieron la osadía de enfrentar al crimen organizado más emblemático del planeta; enfrentamiento que también llevó adelante la jueza brasileña, 19 años después, aunque en otro punto del globo.
Haya sido en Sicilia. Haya sido en el Brasil. No importa donde. Lo cierto es que otro engranaje de la corrupción desató su furia sobre una representante de la democracia; sobre un brazo de la Justicia brasileña. Un brazo comprometido con su investidura.
AutobaleadoPatricia Acioli, se ha dicho en Brasil, fue responsable de la prisión –en menos de un año- de la friolera de 60 policías estrechamente vinculados con grupos de elite parapoliciales, oficiando de escuadrones de la muerte. Pero a éste dato se suma otro, no menos significativo: en el mes de setiembre del año 2010 fueron condenados a prisión perpetua cuatro policías de la convulsionada Río de Janeiro, por haber cometido 11 asesinatos por encargo. No por casualidad, y seguramente como consecuencia de esas ejemplarizantes sentencias, el nombre de la jueza Patricia Acioli paso a integrar una lista negra confeccionada por la mafia policial.
Pero la humanidad transcurre, en su cotidianeidad. En Europa y Sudamérica. Hombres y mujeres en edad madura y una juventud descreída de las instituciones y fagocitada por el submundo del narcotráfico y del delito; una juventud, muchas veces con cero posibilidades para educarse y para realizarse. La materia prima ideal para los grupos criminales. Grupos criminales insertados en filas policiales. Grupos criminales que inclusive, en el Brasil y refiriéndose al crimen de la magistrada, encontraron voceros que tuvieron el descaro de justificar el atentado. Fue así que el diputado estadual de Río de Janeiro, Flavio Bolsonaro, del Partido Progresista, e hijo del militar retirado Jair Bolsonaro (diputado federal y una de las principales voces políticas en reivindicarla dictadura militar yen rechazar las políticas de la comunidad homosexual) se atrevió a decir públicamente: “que Dios reciba a la jueza, pero la forma absurda y gratuita con la que ella humillaba a policías en las sesiones contribuyó para tener enemigos. Ella tenía muchos enemigos pero no por el ejercicio de su profesión, sino por humillar gratuitamente a los reos. Recibí en mi despacho a varios policías absueltos por ella, que se quejaban porque ella  los llamaba malvivientes o marginales”.

En otros tiempos y en otros lugares, no pocas lágrimas se han  derramado sobre féretros de jueces. Una historia que no tiene fin ni fronteras, a juzgar por los hechos de la ciudad de Niteroi. Barreras del mal mafioso levantándose inmediatamente para cubrir sus fechorías –teñidas en sangre y dinero- con el manto de la impunidad, que todavía reina en donde no debería reinar.
¿Por qué una jueza de perfil severo para con el crimen organizado estaba sin custodia?¿Por qué una vez más, los portales de la malicia mafiosa mundial se abrieron para devorar a un operador de la Justicia –en esta oportunidad a la magistrada Patricia Acioli-  reavivando viejos dolores y viejas heridas, en los países donde se procura neutralizar y castigar la corrupción policial? ¿Por qué la sociedad humana mundial continúa estremeciéndose con este tipo de violencias?¿No hemos escarmentado ya con las muertes de fiscales, jueces, policías, periodistas, intelectuales, sacerdotes y de inocentes, en la emblemática ciudad de Palermo en Sicilia, en los años de frontal lucha a Cosa FuneralesdelajuezaasesinadaNostra? ¿Nos hemos olvidado de los muertos que ocasionaron los narcos en Colombia en filas judiciales, años atrás? Tal parece que toda esta lucha y toda esta sangre ha sido en vano, y lo que es más grave aún, es que más allá de Palermo, Nápoles y la región de Calabria en Italia, donde la mafia parece haberse multiplicado y afianzado, los mecanismos de seguridad destinados para preservar la democracia y a sus instituciones , y a quienes administran justicia, se han dejado  vencer  -con asiduidad detestable- por las tentaciones del poder y del dinero fácil, sin importarles mancillar su investidura policial.
En algo estamos fallando: el crimen organizado se moviliza y se actualiza con celeridad;  hace tiempo se soltaron sus desbocados caballos apocalípticos y la violencia ha  fortalecido su presencia mundial y Brasil lo sabe muy bien, desde hace años: sus favelas infestadas de narcotraficantes, nos lo recuerdan con precisión.
En algo estamos fallando porque  no solo en Brasil se han superado todos los límites: también nos golpea en el rostro la violencia en México, con el saldo de miles de muertos por los ataques narcos y de los grupos paramilitares triturando vidas jóvenes, como la del hijo del poeta Javier Sicilia, que tenía 24 años; también nos golpea en el rostro la  muerte del cantautor argentino Facundo Cabral, víctima de la violencia imperante en Costa Rica. La violencia del delito, la violencia del espíritu criminal deteriorando los lazos de convivencia humana de las sociedades sudamericanas.
En algo estamos fallando. Todos y cada uno de nosotros. Todos y cada uno de los políticos. Porque buena parte de los desvelos de los jueces y policías comprometidos con su rango son el resultado de los comportamientos extraviados de las clases políticas que dejan que la corrupción se introduzca –sutil  y a veces descaradamente-en los círculos de gobierno y en los círculos parlamentarios, en los países contaminados. Y si hay alguna duda basta mirar lo que está ocurriendo en Italia, con Silvio Berlusconi, por nombrar solo uno de estos ejemplos.
Podríamos extendernos, sin limitaciones, enumerando las consecuencias negativas que se han dado en el mundo, por acción del mal mafioso. Podríamos también analizar detenidamente cada  una de estas consecuencias. Nos transformaríamos en un grano de arena más, del inmenso desierto de la denuncia pública, que implica el oponerse a este tipo de degradación social y política, porque en definitiva, la mafia, se reduce a una verdadera desviación del ser humano con  alcances negativos inimaginables a lo largo de varias décadas. Pero aunque  operativamente, no seamos  ni magistrados, ni  fiscales, por ser periodistas, podemos perfectamente denunciar todas estas masacres, y lo que es mejor, podemos ventilar la verdad de las mafias, tal como lo están haciendo colegas nuestros de Palermo; tal como lo ha hecho recientemente el poeta Javier Sicilia, en México, cuando en la etapa final de una movilización que propició para reclamar justicia, hábilmente departió con el presidente Calderón manifestándole los pormenores  de sus reivindicaciones, porque decírselas a las autoridades “al menos es una manera de sacar la verdad del closet y convertirla en algo de libre tránsito. Se puede decir la verdad en la casa de un amigo, entre familiares, pero todos se cuidan de manifestar sus opiniones por temor a las consecuencias. Hoy el movimiento nacido en Cuernavaca ofrece un nuevo espíritu a la circulación de la verdad y con ello, crece la necesidad  de justicia”.
Si desde estas páginas y desde nuestras redacciones  en Italia, en  Uruguay  y en Argentina, no hacemos otra cosa que remover esa necesidad de justicia, para que la impunidad, en torno a las masacres de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, se haga añicos, también desde estas páginas reconocemos y enaltecemos la personalidad y la tarea realizada por la jueza brasileña Patricia Acioli, porque al final de cuentas,  como jueza –y leal a su cargo y a su responsabilidad- llegó al extremo de entregar su vida por la noble causa de “decir la verdad y hacerla circular”. Porque verdaderamente Patricia Acioli la hacía circular con sus investigaciones y con sus sentencias, que  contribuyeron inexorablemente a desarticular   un grupo mafioso policial, en su tierra natal. Hacerlo, le costó la vida. A nosotros nos costó, una vez más, sentir el sabor amargo de un crimen detestable.
Y por más abominable que haya sido este nuevo asesinato de mafia no nos impide gritar bien fuerte, que las ideas de la jueza Patricia Acioli caminarán sobre nuestras piernas. Vaya nuestro sentido homenaje a esta valerosa mujer que nos dejó una enseñanza ya mucho antes de la trágica madrugada, en la que los cobardes sicarios vaciaron sobre su cuerpo 21 proyectiles.
 La Lucha que realizó Patricia Acioli, cada día de su vida de jueza y de mujer valerosa y plena de valores y de ética, al igual que su sangre derramada en las calles de su Río de Janeiro querido, es también la nuestra.