La misión era trabajar junto a la policía local. "En esa época se vivían momentos de gran tensión; la partida de (el ex presidente Jean-Bertrand) Aristide, un alzamiento popular, manifestaciones, una carencia de gobierno, problemas de guerra interna". Por eso Naciones Unidas decidió enviar ALEFOTO1ALEFOTO3una fuerza de paz compuesta por 10.000 militares y 1.500 policías de todo el mundo. En este segundo caso no se llegó a completar ese número. "Fuimos unos 1.000, 1.100 policías", afirmó.
Su trabajo era monitorear a la policía haitiana y adaptarla a las normativas mundiales. Que entendieran cómo funciona una fuerza organizada, cómo trabaja en situación normal, que debe ser auxiliar de la Justicia, prevenir el delito pero a su vez no violar los derechos humanos.
"Los derechos humanos se violaban eternamente y todavía se sigue haciendo. Cuando llegamos el gobierno local no sabía cuántos policías tenía, no sabía con qué armamento contaba, no sabía dónde estaban desplegadas sus fuerzas", recordó.
Tironi, que también es especialista en investigación de siniestros y en gestión integral de riesgo ALEFOTO4ALEFOTO_2de desastres, afirmó que un gobierno que no sepa estas cosas está en problemas. "Llegamos a ver verdaderas aberraciones dentro de las comisarías: te detenían y liberaban por orden de la policía sin conocimiento del juez, uno no sabía por qué era detenido y podías estar dos o tres meses preso sin causa y un buen día te liberaban", dijo.
Los oficiales extranjeros patrullaban por separado porque no querían ser identificados como efectivos haitianos y poder ser acusados de cometer violaciones a los Derechos Humanos. "La policía local quería que hiciéramos los arrestos, las investigaciones y no podía ser", puntualizó Tironi.
Los observadores estaban para enseñar y supervisar, pero no para actuar porque era algo prohibido por la Constitución de Haití. "Somos agentes en cada uno de nuestros países o al servicio de Naciones Unidas, pero con limitaciones", agregó.
"Si tuviera que definir a Haití diría que es el mejor ejemplo del infierno", dijo Tironi. Es un país donde la desocupación ronda el 70%, con una población prácticamente sumida en la pobreza, golpeada una y otra vez por devastadores fenómenos naturales.
Vio aspectos culturales que le cambiaron valores y concepciones sobre la vida. "El agua es oro líquido, los umbrales de respeto a la vida y la muerte se pierden, viven en una cultura de supervivencia muy básica", recordó.
"Al haitiano común no le interesa qué calzado se va a poner o qué ropa. Lo único que le interesa es qué comerá ese día. Son valores totalmente diferentes. Y se acuesta pensando en lo mismo para el próximo día".
El otro recurso que tiene el país son las remesas enviadas por aquellas personas que lograron irse a Estados Unidos o Canadá. "Mandan unos U$S 100 por mes a sus parientes y con eso sobreviven. Esa es la realidad de Haití".
Es un país de contrastes. Tironi recordó que los haitianos tienen una alegría innata y la define como "la triste alegría negra". "Según nuestras concepciones, si a vos te pasa todo esto es imposible estar contento. Es imposible, para nosotros, querer vivir un día más", dijo.
Es un pueblo que escucha música todo el día, baila, canta, tiene una firme creencia en Dios y van a Iglesia diariamente. "Son cosas que uno no entiende", dijo. "Los domingos es matemático que estén en misa rezando. Lo hemos visto durante los huracanes, las inundaciones y el terremoto. Ellos jamás perdieron la fe. Esas son las cosas que de alguna manera te hacen querer a Haití".
ALEFOTO_5ALEFOTO_6La educación es cara. Las escuelas son, prácticamente en su totalidad, privadas. Y si bien no tienen para comer, los escolares están impecablemente vestidos. "El haitiano más pobre se lustra sus zapatos antes de salir de su casa", explicó Tironi.
Otro aspecto que sobresale es la dulzura de la gente. "El haitiano es cariñoso, dulce y te reconoce como amigo y que estás intentando hacer algo por el". Tironi tiene una "madre espiritual", que es la doctora Liliana Etchevarne. Con ella comenzó a hacer los cursos, avanzar en su carrera y visitó Haití repetidas veces y es también con ella con quién generalmente comenta que ese país "tiene algo que te llama. Tenés un pedazo del corazón allá y no te queda muy claro por qué", explicó.
ALEFOTO_7También es muy difícil que el haitiano respete los tiempos. Diez minutos pueden ser una hora, dos o al otro día.
Otra cosa que aprendió en sus viajes es que nunca dicen que no. A todo responden "oui" (sí, en francés), pero eso significa que probablemente jamás nunca lo hagan. "Y cuando te dicen para mañana, eso sí es nunca", comentó. "Son idiosincrasias que uno va aprendiendo".
Fuente: EL PAIS